El descenso de un 9% del tráfico de mercancías que ha registrado el puerto de Pasaia en el ejercicio de 2016, provocado principalmente por el cierre de la planta de ArcelorMittal de Zumarraga, que ha tenido como consecuencia una bajada del tráfico de chatarra en 517.260 toneladas, lo que significa una caída del 68,43%, no debe ser considerado como un elemento que alimente la resignación negativista que algunos tienen sobre el futuro de esta infraestructura, sino más bien, al contrario, como una oportunidad. Hay que aprovechar estas circunstancias de crisis para dirigir la actividad portuaria hacía la diversificación de sus tráficos, sin abandonar el importante peso que tiene el movimiento de los productos siderúrgicos.
La especialización de Pasaia como puerto siderúrgico, tanto en lo que respecta a la entrada de chatarra como a la salida de producto terminado de las acerías guipuzcoanas, le ha hecho ser en los últimos años demasiado vulnerable por su alta dependencia a la actividad de esas empresas.
Si el cierre de Corrugados Azpeitia en 2013 supuso un terrible golpe a la actividad de Pasaia, ya que esta empresa movía el 20% del tráfico total de mercancías del puerto, la clausura de la acería de ArcelorMittal de Zumarraga ha agrandado aún más la herida provocada hace tres años por la planta de Gallardo con los resultados que estamos viendo. Una situación de la que Pasaia tiene que huir con urgencia buscando la diversificación en el movimiento de mercancías que entran o salen del puerto.
Hay que considerar que un puerto es un fiel reflejo del desarrollo de la economía a la que sirve y Pasaia no es una excepción de ese axioma respecto a la evolución de la actividad productiva guipuzcoana. Eso no quiere decir que un puerto deba permanecer inmóvil a la espera del discurrir de los acontecimientos, sino que debe ser proactivo y adecuarse a las nuevas circunstancias económicas cada vez más cambiantes como consecuencia de su globalización.
Por eso, al igual que ha ocurrido en el pasado cuando el sector energético (hidrocarburos y carbón) representaba en 1980 la mayor parte del tráfico de mercancías en el puerto de Pasaia hasta su práctica desaparición en 2013 -lo que obligó a las autoridades portuarias a buscar nuevos nichos de mercado hasta el punto de que el sector siderúrgico pasó a tomar el relevo-, ahora la dársena guipuzcoana está obligada a captar nuevos tráficos generados por una economía que está en continua ebullición.
En ese sentido, estamos en un tiempo de transición en el que Pasaia, sin olvidar, su carácter de puerto siderúrgico al que hay que sumar la exportación de automóviles, debe dirigir su estrategia hacia la diversificación de nuevos tráficos que tienen mucho que ver con la evolución que está registrando la economía guipuzcoana, donde sectores que creíamos que eran vitales están desapareciendo por actividades de mayor valor añadido.
Curiosamente, los tráficos de mayor valor añadido son los que más crecen hasta el punto de que el valor de las mercancías que entraron o salieron por Pasaia en 2016 alcanzó un valor de 8.408 millones de euros, frente a los 7.892 millones del año pasado. Una dinámica en la que la infraestructura guipuzcoana está obligada a entrar de manera urgente en consonancia con la evolución que está registrando la economía guipuzcoana a la que sirve.
Precisamente, el tráfico de automóviles que, en los próximos días alcanzará la cifra de los siete millones de vehículos desde su inicio, puede experimentar importantes incrementos a tenor del cambio que los fabricantes están realizando a favor del ferrocarril frente a la carretera en la logística de transporte de sus productos y donde Pasaia es un puerto muy competitivo.
Frente a la captación de nuevos tráficos en los que debe pivotar la acción comercializadora de la Autoridad Portuaria de Pasaia, entre los que destaca el de potasa -una vez que la empresa Geolcali tenga la autorización del Gobierno central para explotar una mina en las proximidades de Sangüesa (Navarra), y cuya producción saldrá por la dársena guipuzcoana-, a los que hay que sumar los graneles líquidos, hay que destacar que el Plan Especial del puerto de Pasaia y la ordenación de La Herrera abren un amplio abanico de oportunidades para el puerto en la implantación de nuevas empresas a pie de lámina de agua.
Esta reordenación significa una oferta de 20.000 metros cuadrados de suelo industrial en un territorio en donde las empresas tienen problemas de ubicación por la falta de terrenos en un entorno de cohesión urbana y, por lo tanto, muy bien cuidado, a pie de puerto y muy bien comunicado por carretera y ferrocarril. A falta de definir ese espacio empresarial que debe estar vinculado a lo que llamamos actividad tecnológica de cuello blanco, es lógico que en él se ubiquen empresas ligadas al sector agroalimentario, y, en particular, el marítimo.
La existencia de la sede de Azti en el mismo puerto, en conexión con otros centros de investigación gastronómica existentes en Gipuzkoa, puede ser un buen referente para recuperar un sector en el que el territorio ha ido perdiendo posiciones de manera paulatina hasta quedarse en este momento con algunas empresas en un plano meramente testimonial.
La aprobación de ese plan especial y de la ordenación de La Herrera es todo un ejemplo de coordinación entre las diferentes instituciones guipuzcoanas que, de una forma u otra, tienen responsabilidad con el puerto de Pasaia y que debe perpetuarse en el futuro, si tenemos en cuenta el peso de la dársena guipuzcoana en el PIB de Gipuzkoa y el importante número de personas a las que de manera directa e indirecta da trabajo.
Este acuerdo alcanzado entre la patronal y los sindicatos, después de 18 años de ausencia de diálogo entre las partes, tiene mucho que ver con los cambios que durante este tiempo de distanciamiento se han producido entre los participantes provocados por una dura crisis económica, con consecuencias desconocidas hasta ahora, y dos reformas laborales que han cambiado radicalmente el panorama de la negociación colectiva. Hay que tener en cuenta que más del 30% de los trabajadores vascos están ahora concernidos en convenios estatales
Por un lado, la existencia de una recuperación económica ha obligado tanto a los empresarios como a los sindicatos a acercar posturas para frenar la invasión progresiva de los convenios estatales que no responden a la realidad de Euskadi ni la necesidad de que cuando la riqueza empieza a crecer hay que procurar poner en marcha mecanismos de reparto que, desde el punto de vista de los trabajadores, pueden ser considerado como una reivindicación, pero que, también desde el lado patronal, se percibe como una necesidad de acompasar el aumento de los salarios al crecimiento económico a favor del proyecto empresarial.
Es cierto que algunos sindicatos, que están estigmatizados con la imagen de la confrontación, entraron en la negociación, probablemente, a raíz del acuerdo de la mesa de diálogo social suscrito el pasado mes de julio entre el Gobierno Vasco, Confebask y CCOO y UGT, a lo que hay que sumar determinadas decisiones de los trabajadores de importantes empresas vascas rechazando los postulados que defendían esas centrales y una afiliación que no entendía los mensajes que se les transmitía en una situación de crisis. Pero también habrá que colegir el cambio de la posición de la patronal se ha debido también a que en estos años el escenario de la representación empresarial ha cambiado.
La aparición de nuevas asociaciones patronales y la firma de convenios por parte de agrupaciones empresariales sectoriales tanto en Bizkaia como en Gipuzkoa, donde Confebask no tiene presencia, ha podido ser también otro elemento que ha conducido a este cambio de posición en una negociación que se inició sin ningún tipo de condiciones, como ocurrió en 2011.
A pesar de que quedan fuera del acuerdo los convenios que están decaídos por mor de la reforma laboral y cuyas mesas están bloqueadas, soy de la idea de que el acuerdo suscrito esta semana supone un gran avance hacia un escenario de cierta normalidad en la negociación colectiva en Euskadi y que va a encontrar una salida a esa situación en la que se encuentran dos de cada diez trabajadores vascos. Todo ello al margen de las posiciones encontradas que seguirán existiendo, como ya han anunciado ELA y LAB. Muchas veces la realidad va por delante de los intereses particulares.
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