Hay historias que no tienen un final claro. Ahora entiendo a esos guionistas como los de Casablanca que escribieron varios finales. Ninguno creían bueno porque vivían bajo los efectos de la II Guerra Mundial. Una encuesta decía que tres de cada diez europeos pensamos que la III Guerra Mundial puede estar más cerca desde que sabemos que los próximos cuatro años son los que Trump va a estar como presidente. Cuatro años son muchos para que a una persona así no se le vaya la mano hacia el botón rojo. Claro que también unos cuantos ciudadanos del mundo pueden pensar que, si de verdad empieza esa guerra, tenemos muchas papeletas para que sea la última: y a la mierda la civilización y qué más da el calentamiento climático. No sé si querremos vivir en un mundo así, donde lo primero que va a fallar van a ser los wifis y la electricidad para cargar los móviles. Les hablo así porque ya casi tengo escrita una serie de televisión que arranca con Trump apretando el botón de la bomba atómica, cabreado porque le han manipulado sus mensajes de Twitter. Y lo que pasa luego es que, en apenas dos días, el mundo se queda a oscuras, bueno, con la única luz que dan los incendios y el fulgor de la Luna. No sé si les gusta. Creo que tengo que perfeccionarla un poco. La verdad es que no tengo claro a estas alturas de las tecnología cómo puede ser el maletín que contiene los códigos nucleares y el famoso botón rojo. Lo dejo ahí que no quiero que me copien la idea y luego la acabe viendo cualquier noche por televisión como les sucedió a los de El ministerio del tiempo. La verdad es que tampoco sé decantarme en mi guion si cuando estalla la III Guerra Mundial la primicia la da la BBC (por cierto, ha sido la primera en poner un servicio detector de mentiras para las informaciones de las redes sociales) o por algún pringao que se hace un selfi con la seta atómica al fondo y que lo último que hace es mandarlo a su grupo del Whatsapp. Y... The end.
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