Con tan descarnada y directa expresión se ha despachado la cantante Mariah Carey, que la pasada nochevieja, en el show posterior a las campanadas de comienzo de año, en el populoso centro de Times Square, las pasó canutas por culpa de un simple pinganillo que no funcionó e impidió el lucimiento artístico de la famosa estrella del show business mundial, al no poder seguir la señal de playback.

Parece mentira que un pequeño artilugio pueda poner en jaque el entramado de una actuación de nivel, en un momento delicado, con millones de espectadores en la tele y miles de seguidores en el centro de la afamada plaza neoyorquina expectante ante los bailarines que arropaban a la diva que intentó en dos o tres ocasiones arrancar su interpretación, pero resultó imposible al no establecer el necesario circuito de comunicación y con ello frustrar el espectáculo de fecha tan señalada y en lugar tan afamado.

Funciona por ahí un principio de física que dice que lo que va mal puede ir peor o algo así, y ello explica lo ocurrido con la famosa circunstancia apaleada en las redes sociales, ridiculizando a la cantante y equipo que recordará toda la vida la amarga experiencia de no poder cantar por la impericia técnica de quienes no fueron capaces de cambiar un pequeño auricular, guía de la interpretación, y por ello necesaria para la actuación.

Es como un gafe técnico que acompaña a cantantes y personajes públicos que ven como de pronto y sin explicación alguna, se produce un fallo técnico y a partir de ahí asoma la hecatombe del ridículo y torpeza técnico-artística, como le ocurrió a la mega estrella en un día aciago de su brillante carrera artística.

Son “mierdas (perdón por la reiteración de la palabrita) que pasan”, gafes descontrolados que asoman y complican todo y chafan todo. Y es que en esto de la técnica uno no puede fiarse ni un pelo ante estos diablillos del espectáculo.