Bienvenida al barrizal
En los tiempos que corren, la política es ejercicio complicado, correoso, lleno de zancadillas y trampas saduceas para el que hay que contar con coraza y colmillo retorcido. Al político y su realidad vital, hoy en día, le siguen y persiguen los adversarios, los medios y las redes sociales. Escudriñan su pasado y su presente, husmean en su privacidad y a la mínima se echan sobre la presa para acabar con ella o, cuando menos, para acojonarla.
A este mundo de hienas ha venido a caer Pili Zabala, una persona fuera de toda sospecha, ignorada casi fuera de su entorno de víctimas y victimarios, que de icono damnificado por la violencia y la cal viva del Estado, ha pasado a condidata a lehendakari. Ahí es nada.
Pili Zabala ha vivido muchos años bloqueada por el trauma del atroz asesinato de su hermano, casi incapaz de reaccionar cuando tuvo que desenvolverse ante un público deseoso de conocer las consecuencias de su tragedia. Fue necesaria un larga terapia para que lograra superar ese bloqueo y afrontara sin timidez la expresión pública de lo que durante mucho tiempo llevaba dentro.
No es fácil explicar cuáles han sido los motivos que le han llevado a aceptar el salto mortal de una mera presencia testimonial ante la sociedad, a la absoluta inmersión en la vorágine de la política. ¿Convicción? ¿Vanidad? ¿Ignorancia? Pili Zabala, benemérita por razón de su sufrimiento injusto, ha entrado en el barrizal de la política sin ninguna experiencia previa, sin preparación conocida, quizá sin convicciones claras ni análisis previo de las intenciones de la jerarquía de Elkarrekin Podemos para proponerle semejante marrón. Téngase en cuenta que en las últimas elecciones municipales aceptó ser incluida en la lista de EH Bildu por Zarautz, aunque posteriormente decidió borrarse. A nadie se le oculta que, con la candidatura de Pili Zabala, Nagua Alba neutraliza al sector de la izquierda abertzale más incondicional con las víctimas que ella representa.
En esta campaña, la candidata a lehendakari está dando muestras claras de bisoñez en los debates, recita casi de memoria una lección aprendida, repite hasta el aburrimiento los argumentos de la dificulltad de uno de cada cuatro vascos para ir al dentista o la dieta sin carne ni pescado. Ingenua y bien intencionada, arremete porque lo exige el guion contra el PNV y contra EH Bildu, espacios sociales donde hasta ahora se ha movido con comodidad, afecto y aprobación.
Esta semana le ha llegado la primera andanada, a cuenta del chalet en el que recibió a la televisión para una entrevista electoral. Las redes sociales se inflamaron escandalizadas, muchas vestiduras se rasgaron a cuenta de lo de predicar y dar trigo, se abrió paso la inquisición que cómo, que de dónde, que vaya contradicción? Y lo que siempre debió ser un asunto privado, un detalle de su intimidad, pasó a las páginas, a las ondas y a las pantallas.
Luego compareció ella, Pili Zabala, para salir al paso de tanta metralla y explicar cómo, cuánto y por qué del chalet de Zarautz. Demasiadas explicaciones, opino que fruto de su bisoñez porque quien tiene una idea preconcebida sobre el asunto nunca querrá admitir del todo los argumentos exculpatorios. Y ello cuando no hay culpa ninguna, porque hay que dejar claro que Pili Zabala tiene derecho a invertir sus dineros en lo que le plazca y sin dar más explicaciones. Su casa, o casoplón para los maledicentes, no es producto de la corrupción. Ella no se ha forrado ni corrompido con la política y si una coyuntura en su vida le proporcionó los medios para invertir en esa casa, allá ella, de lo suyo gasta.
Pero, ¡ay!, Pili Zabala ya está metida hasta el cuello en el barrizal de la política, ya es carne de chismorreo, de crítica ácida con o sin fundamento, de exposición al ridículo, de las habladurías y de las interpretaciones torticeras. Todo ello bajo el epígrafe de crítica política por el que todo vale con tal de debilitar al adversario.
No ha salido bien parada Pili Zabala de esta primera descarga con fuego a discreción. Luego ha llovido el fuego graneado de su falta de seguridad en el discurso, de su impericia, de la escasa convicción de su mensaje. Demasiado duro para ella. No será raro que acabe arrepintiéndose.