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Ahí se arreglen

tal como lo vamos viendo, parece que no tienen remedio. Y no lo digo solo por el hecho de se nos echen encima elecciones generales por tercera vez, y además el día de Navidad, sino porque está comprobado que los políticos españoles son incapaces de resolver el principio más básico de la democracia: formar un Gobierno. Más aún, constatado el hecho, son tantas y de tal calibre las torpezas del personal ocupante del hemiciclo madrileño, que inducen al más profundo pesimismo, a la total desafección y al bochorno de que tengamos que formar parte obligatoriamente de ese mismo circo.

Quienes hayan tenido la inmensa paciencia de escuchar o visualizar las sesiones parlamentarias de esta semana, habrán sentido vergüenza ajena al comprobar la bajísima calidad política de los cuatro representantes más conspicuos del panorama político carpetovetónico, los cuatro de quienes debía esperarse el desatasco del desgobierno rampante que retrata a esta monarquía bananera. No nos han privado de nada. Ninguno de los cuatro ha defraudado en esta representación bufa en la que cada uno escupe al otro mientras todos siguen cobrando. Y digo los cuatro, porque son cuatro los auténticos y únicos protagonistas de este disparate, por más que el facinerismo político pretenda de paso jugar a la chica y enredar a formaciones políticas ajenas al lío, partidos que pasaban por ahí, por si pringándoles con su mierda pudieran sacar tajada en otras confrontaciones más modestas pero no por ello menos importantes, todo lo contrario como más adelante iremos viendo.

Y vamos con los cuatro incompetentes.

Empezando por el más votado, Mariano Rajoy. Imaginarlo de nuevo como presidente estremece, porque se ha doctorado en mentiroso, fullero, chantajista y sinvergüenza redomado. Máximo dirigente de un partido corrupto, corrompido él mismo por su connivencia con el más podrido e impune compadreo, pretende revalidar su cargo de presidente autista cuya única obsesión y máxima dedicación ha sido y será complacer a ese ente ignoto que denomina “los inversores”, caiga quien caiga, que siempre caen los mismos. Y ahí sigue, predicando que o él o el caos.

Siguiendo con el más ilustre oponente, Pedro Sánchez, ahí anda aguantando con cara de palo el chaparrón, cargando con la mochila ignominiosa de perro del hortelano, soportando como puede la marea de mierda que le dedican por tierra, mar y aire adversarios, tertulianos y editorialistas, apabullado por el fuego amigo de barones en activo y de ilustres dinosaurios en pasivo que pasaron de la pana al yate, o de los cables y las chispas a las ostras con champán. Pero como aún parece que manda, Sánchez cuadra el círculo asegurando que no habrá terceras elecciones, ni apoyará al Rajoy, ni habrá alternativa. O sea, nada con sifón.

Viene después el mamporrero del que vaya a mandar, sea quien sea, Albert Rivera. Fenómeno de la naturaleza que lo mismo apuesta a rojo que a azul, perejil de todas las salsas, daría una mano por ser bálsamo de Fierabrás que lubricase el engranaje oxidado para que mande el que mande, que le da igual. Y para ello está dispuesto a cambiarse de chaqueta, de careto y de principios. Pero, ojo, que a pesar de sus artes camaleónicas no cuela. Él irá por la derecha, si puede, claro. Y si no, sabrá disimular.

Y el cuarto jinete del Apocalipsis, Pablo Iglesias. Pagó su novatada y ya no se le ocurre exigir ministerios ni chulearle al PSOE. Ahora viene reclamando un apaño por la izquierda, si es que alguien es capaz a estas alturas de definir la izquierda en este show celtibérico. Cuando pudo votar el cambio no lo votó, e hizo bien, porque aquello no era cambio ni Cristo que lo fundó. Ahora, vistas las orejas al lobo, votaría el cambio sin despeinarse aunque tampoco sería un cambio en serio.

Y en ello están, en su día de la marmota, haciendo tiempo mientras la vida sigue y ellos cobran. Han demostrado con creces que nadie está dispuesto a ceder un palmo, porque solo saben gobernar desde el derecho de pernada de la mayoría absoluta. Pero el problema es que de tal manera nos están apabullando con sus idas y venidas, con sus riesgos y amenazas, con sus desaforados aparatos de prensa, copando las redes y los telediarios, mientras se nos echan encima las elecciones vascas, las nuestras, las que de verdad nos interesan aunque solo sea porque a partir del día 25 de septiembre aquí sí que encontraremos -sin ninguna duda- una solución a ese dilema que los españoles no son capaces de resolver desde que el bipartidismo se les fue a tomar por saco.

Aquí, tanto en la CAV como en Nafarroa, se ha demostrado que somos capaces de acordar entre diferentes para resolver una encrucijada electoral por complicada que sea, porque tenemos claro que somos parte de una sociedad plural en la que estamos obligados a convivir.

Que le vayan dando al atasco español y a su estreñimiento político. Más nos vale centrarnos en los programas que nos presenten nuestros políticos que aspiran a gestionar este país nuestro, a consolidar la economía, el empleo, las políticas sociales, el medio ambiente habitable, la sanidad, la educación y la entidad nacional. En Madrid, con su pan se lo coman y, tal como van las cosas, más nos vale irnos despidiendo.