Pongámonos en lo peor
esta vez Mariano Rajoy no se ha limitado a sentarse y verlas venir. La docena larga de escaños de más que le tocaron el 26-J le hubieran impedido volver al escaqueo tras el 20-D y, aunque todavía se desconoce hacia qué monte acabará tirando la cabra, no nos va a ser fácil librarnos de él.
Rajoy, a la fuerza ahorcan, se ha resignado a ir recibiendo a sus adversarios y a estrecharles la mano con esa sonrisa entre postiza y apocada para dejarles bien clara su declaración de principios: o sea, que él ha ganado las elecciones; que debe evitarse una tercera ronda; que hay que constituir un Gobierno estable; que hay que aprobar cuanto antes un techo de gasto y los presupuestos; y que si los números no dan, que salga el sol por donde quiera.
Dicho lo cual, lo único que podemos deducir después de tanto estrechar manos y escenas de sofá, es que los números no dan. Que los que quedaron en aspirantes -Sánchez, Iglesias y Rivera- podrán sacar pecho por dejar en apuros al que más o menos ganó, pero que casi estamos como estábamos hace siete meses. O sea, que no queda otra y vamos a por la tercera.
Bueno, eso puede deducirse de los portazos -más o menos- que ha recibido Mariano, pero en la política española nada es lo que parece. Y aquí topamos con ese “a día de hoy” que el secretario general del PSOE dejó en el aire, en consonancia vergonzante con su promesa de que no van a repetirse por tercera vez las elecciones.
En efecto, es evidente que existen fuertes presiones tanto internas como externas para que los socialistas se despeñen por el barranco de la abstención y permitan gobernar a Rajoy. Por responsabilidad, dirán. Por sentido de Estado, dirán. Por compromiso democrático, dirán. El PSOE sabe que una tercera tanda electoral volvería a beneficiar al PP, quizá hasta la mayoría absoluta. Y sabe también que, favoreciendo con la abstención a Rajoy, quizá hasta les caiga alguna migaja, ya sea la presidencia de las Cortes, ya sea algún resto de prebenda fruto del bipartidismo.
Y, puesto que a la primera derivada o a la segunda nos volverá a caer Rajoy, conviene repasar la pedregada que nos supone una nueva legislatura del PP.
Mariano Rajoy va a gobernar con 7,9 millones de votos de 36,5 posibles, porque 16 millones votaron a partidos contrarios y 10,3 se abstuvieron. Según el CIS, es el líder político peor valorado desde 1996. Estuvo activo en todos los gobiernos de José María Aznar, en los que ocupó cargos de alta responsabilidad. Fue responsable máximo del PP mientras florecieron y se fraguaron pozos de corrupción y corrompidas también las estructuras de su partido, pero él nunca supo nada. Fue monaguillo destacado del héroe de las Azores, cuando aún estaban frescos los hilillos de plastilina del Prestige.
Para la mayoría del censo de la ciudadanía estatal, la posibilidad cierta de que Mariano Rajoy siga gobernando el país provoca sonrojo, vergüenza propia y ajena. Cuesta digerir que el país quede en las manos de quien con sus políticas económicas y sociales ha causado tanto dolor a la sociedad, que ha dejado más de cuatro millones de parados, un enorme empobrecimiento de las clases media y desfavorecida, que ha instaurado la precariedad como petacho de una recuperación ficticia mientras los jóvenes emigran y se pudren los parados de larga duración. No es fácil aceptar de nuevo como presidente del Gobierno a quien ha acabado con el Estado del Bienestar abandonando la protección social, empobreciendo a los jubilados que, además, se ven obligados a acudir en socorro de sus familias. Estremece volver a otorgar el poder a quien ha derrochado desprecio, desidia, incapacidad y desconocimiento para resolver la situación de Catalunya, al tiempo que ha prodigado crueldad, venganza y arrogancia ante la nueva realidad vasca tras el fin de la violencia de ETA.
En pocas semanas sabremos si Mariano Rajoy va a gobernar y, no hay que darle vueltas, esa circunstancia va a ser legal. Pero por mucha bandera de legalidad que ondeen, nadie va a quitarnos la repugnancia del cuerpo. Pongámonos en lo peor, y aceptemos que será legal pero alguna anomalía hay que revisar en esta democracia, incluida la incapacidad de los partidos de izquierda para llegar a acuerdos y mantener la secular disputa de que la culpa es del otro.
Mucho tienen que cambiar las cosas para que no ocurra. Mariano Rajoy va a seguir mandando, si no a la segunda será a la tercera. Y ante esta fatalidad, más nos vale ir haciéndonos a la idea.