sin apenas tiempo para digerir el final de la Liga ha llegado la Eurocopa, espectáculo mediático y deportivo que cada cuatro años regresa como un guadiana tras el cual parecen desvanecerse o difuminarse todos los problemas sociales y económicos, al sumergirse en la vorágine competitiva futbolera. A estas alturas resulta ya una obviedad subrayar que el fútbol es mucho más que un deporte. Y para botón de muestra basta leer o escuchar lo expresado durante esta campaña electoral con ocasión de los partidos de La Roja.
La arenga de dirigentes del Partido Popular o de Ciudadanos a los integrantes de la selección española de fútbol se centra en afirmar que el pueblo español necesita una alegría que les haga sentirse orgullosos de su pertenencia a España y les una en torno a esos colores. Es decir, que la única manera de generar autoestima colectiva y de aunar sentimiento patriótico es aferrarse a algo tan aleatorio como un resultado futbolístico.
Como demuestra el actual torneo que está jugándose en Francia de nuevo hay que preguntarse por qué, frente a ejemplos emblemáticos como el británico, donde conviven sin problema alguno las selecciones nacionales de Gales, Escocia e Inglaterra, y se les permite participar en competiciones oficiales internacionales, se alza la cicatería del Gobierno español ante la negación de tal derecho a nuestra selección vasca, o por qué no se admite que, bajo la libertad individual de cada jugador de adscribirse a la selección estatal o a la de su nación (o región), se plasme en lo deportivo la dimensión descentralizada del poder político.
La respuesta es evidente: se veta esa posibilidad ante el temor a que tal fenómeno social consolide sentimientos de pertenencia, de identidad, demonizados salvo cuando tal exaltación se centra en la llamada Roja, esto es, en la selección española. Respeto, sinceramente, que un político vasco por ejemplo del PP trate de despertar una ola de adhesiones a su impulso nacionalista español; es una postura personal y política admisible, en la medida en que no se comporte de manera excluyente y sectaria con otros nacionalismos igualmente defendibles.
El verdadero debate que subyace tras estas imposiciones identitarias de la españolidad es que tratan de reafirmarse frente a un nacionalismo vasco que juzgan excluyente, retrógrado, desfasado, inmovilista? ¡y lo hacen, bajo el señuelo de la modernidad, imponiendo su orientación estatalista y centralista, y con el apoyo de todo el aparato normativo-legal y mediático español, negando el recíproco respeto a quienes no compartimos ni su discurso ni sus formas!
Si dejamos de lado la política y pasamos al Derecho, cabe recordar la naturaleza jurídico-privada de las federaciones deportivas internacionales y por tanto la libertad de autorregulación de éstas para establecer los requisitos de admisión de sus nuevos miembros. Por ello, la integración de una federación deportiva vasca en una federación deportiva internacional podría ser posible si la federación deportiva internacional en cuestión permitiese la admisión de federaciones deportivas sin Estado conforme a sus propias reglas de admisión y si la federación deportiva vasca en cuestión cumpliese con los requisitos de admisión establecidos en cada caso por la correspondiente federación deportiva internacional.
Conforme al ordenamiento jurídico español es pacífico que la representación internacional del deporte federado vasco es una materia propia del título competencial Deporte y no de los títulos competenciales Relaciones Internacionales y Cultura. Y por aplicación de lo establecido en el artículo 148.1.19 CE y en el artículo 10.36 de nuestro Estatuto, Euskadi tiene competencia exclusiva en materia de Deporte. En aplicación de dicha competencia exclusiva, existirían normas autonómicas en materia de Deporte que avalarían la representación internacional del deporte federado vasco.
Pero pese a ello, el Tribunal Constitucional, construyendo un inexistente título competencial ad hoc, el del “interés general” de la afectación internacional del deporte federado español en su conjunto y la necesidad de representación unitaria del Estado, otorgó a la normativa estatal preferencia competencial sobre la normativa de Euskadi para regular cuestiones como la decisión de la participación de las selecciones españolas en competiciones internacionales o la autorización de la celebración de competiciones internacionales de carácter oficial.
¿Quién pone el veto a la oficialidad de las selecciones deportivas vascas? Es claro: gracias al as sacado de la manga por el Tribunal Constitucional, la admisión de una federación deportiva vasca en federaciones deportivas internacionales no depende solo de las reglas de admisión internas de esa federación deportiva internacional sino que, en los supuestos en los que coexistan federaciones españolas y vascas, se exige la confluencia de tres voluntades: la de la federación vasca, la de la federación española y la de la federación internacional. Una vez más, la falta de cultura política bloquea nuestra expresión como selección. Contra nadie ni frente a nadie. Solo reivindicamos nuestro derecho.