Síguenos en redes sociales:

La patria por bandera

apropiarse de la noción de patria. Esta parece ser la última ocurrencia de los partidos políticos españoles para incentivar el debate en el marco de la campaña electoral. La patria eres tú: este lema de la coalición Unidos Podemos ha despertado un torrente de reacciones políticas por parte de sus adversarios políticos a nivel estatal, tratando de evitar que la formación de Pablo Iglesias se apropie del terreno emocional al trasladar a sus potenciales votantes la idea de “patriotismo ciudadano y plurinacional”. ¿Es posible mantener de forma coherente un discurso que albergue ambas dimensiones? ¿Responde realmente a un planteamiento político que haga compatible la integración dentro de la realidad estatal española de naciones como la vasca o la catalana, o es una mera manifestación de “nacionalismo o patriotismo rancio”, como desde la formación Ciudadanos se ha afirmado?

Patria arriba, patria abajo, Rajoy ha llegado a utilizar esta pasada semana el neologismo político que sublima todo lo hasta ahora escuchado, al remarcar que sus medidas vienen impulsadas por un “patriotismo económico”. Y el PSOE trata también de buscar su hueco en esta carrera por la defensa del “patriotismo constitucional”, nadie quiere quedarse atrás.

Toda esa nueva construcción terminológica pretende asentar una doctrina política que se caracterice por distinguir y evitar confusiones entre lo que para ellos sería un nacionalismo bueno, es decir, el patriotismo español, frente a un nacionalismo calificable desde su perspectiva como patológico y rancio (el vasco o el catalán, entre otros). La identificación de ese nacionalismo malo y de la ideología en que sustenta sus postulados políticos con una dimensión egoísta, insolidaria y excluyente de la política busca en realidad conducir a su estigmatización y a su demonización.

Desde esta efervescente perspectiva del neopatriotismo español no hay espacio ni lugar para admitir que pueda ser compatible la adscripción política o ideológica a una ideología nacionalista con el hecho de sentirse parte de una nación sin Estado abierta al mundo y carente de visiones autárquicas y encerradas en uno mismo.

Frente a tanta dosis de maniqueísmo populista cabe reivindicar que los sentimientos de pertenencia vinculados a nuestra nación vasca son valores a preservar de carácter no absoluto. La identidad ha de ser plenamente compatible con el valor del encuentro y al mismo tiempo debe impedirse la absolutización de lo colectivo, ya que los derechos de las naciones no se construyen contra los derechos de las personas. Un nacionalismo moderno, cívico, abierto al mundo solo puede ensanchar su base social si aceptamos no como pura estrategia electoral sino por convicción democrática tal premisa, precisamente la que niegan quienes se empeñan en asociar nacionalismo vasco a antiguo régimen.

La convivencia en la sociedad vasca requiere que seamos capaces de formular y compartir una identidad vasca capaz de integrar la pluralidad de sentimientos de pertenencia e identificaciones que coexisten en esta sociedad compleja. La identidad de las naciones es más fuerte cuanto más apueste por ser abierta, integradora y respetuosa con sus diferencias interiores, porque una nación cívica debe basar su fuerza en una concepción inclusiva de la identidad, como sociedad de ciudadanos, que valora su pluralismo interno y su complejidad social.

Esta misma idea fue expuesta con brillantez intelectual por el experto internacionalista Mariano Aguirre en su reflexión acerca de Conflictos e identidades. Un marco global de paz y reconciliación para Euskadi, expuesta en el marco del acto de inauguración de los Cursos de Verano de la UPV/EHU, donde afirmó que las comunidades con percepciones y sentimientos de pertenencia nacional deben trabajar por lograr un proyecto político democrático, participativo, incluyente, cosmopolita y pacífico, para diferenciarse así, por ejemplo, del chauvinismo xenófobo de los partidos anti-inmigración que emergen en Europa.

Mariano Aguirre se refirió expresamente al “nacionalismo chauvinista” de Donald Trump en Estados Unidos o de Marie Le Pen en Francia, y señaló que frente a ellos es necesario situar la identidad nacional dentro de la visión de “compartir nuestra identidad con los otros” asumiendo que tales identidades son hoy múltiples, fluidas y cambiantes.

Ojalá su última y preciosa reflexión se haga realidad, al afirmar que en el contexto de un mundo crecientemente desigual y convulso Euskadi tiene la oportunidad de contribuir a un proyecto cosmopolita de paz y convivencia.