el gran olvidado de la geopolítica mundial, el pueblo saharaui, ha vuelto a ser noticia tras el fallecimiento del presidente de la RASD, M.Abdelaziz. En 1976 el movimiento independentista Frente Polisario proclamó la República Árabe Saharaui Democrática, justo al retirarse España de su territorio. Tras disputarse el territorio Mauritania y Marruecos, éste último lo ocupa casi en su totalidad. Ningún Estado europeo reconoce la soberanía de la RASD, pero tampoco la anexión de Marruecos.
¿Por qué no se ha avanza en la solución del conflicto, pese a las voces que lo reclaman con insistencia desde foros internacionales? Las relaciones bilaterales con Marruecos y la presión que el régimen marroquí impone. La pesca, el control migratorio o la colaboración antiterrorista son monedas de cambio que permiten perpetuar esta injusticia, que se mantendrá hasta que puedan ejercer el derecho de autodeterminación que les reconoció la Corte Internacional de Justicia en 1975.
Se trata de una enorme injusticia histórica: la de los saharauis, particularmente los refugiados que viven en su tierra bajo ocupación marroquí, y a los que durante muchos años los sucesivos Gobiernos españoles han ignorado. ¿Cuánto tiempo habrá que esperar para que las autoridades españolas y europeas dejen de ningunear y desproteger a este pueblo saharaui, vulnerando la legalidad internacional al no dar cobertura legal a ciudadanos saharauis abandonados a su suerte?
Este ejemplo demuestra la diferente vara de medir que se aplica a los conflictos geopolíticos mundiales, y cómo en la tarea de hacer efectivo el cumplimento de los dictados normativos en la legalidad internacional no es necesario o prioritario mejorar o ampliar el elenco de derechos sino arbitrar fórmulas que garanticen su pleno cumplimiento.
La ortodoxa definición del fenómeno conocido como real politik alude a la orientación de la diplomacia basada en consideraciones prácticas más que en razones ideológicas; es decir, atender a las consecuencias derivadas de una decisión, al pragmatismo y no a la calificación ética, deontológica o legal de la decisión que se adopte por el gobernante.
Quisiera (y se puede) ser imparcial; como señaló Umberto Eco, es posible no ser neutral (es decir, tomar partido ante las injusticias) y mantenerse sin embargo fiel al procedimiento de análisis imparcial: examinar las circunstancias en las que se producen flagrantes violaciones de derechos humanos y dar la razón a uno u a otro, o tal vez negársela a ambos, si procede.
Señalaba el filósofo Isaias Berlih que lo malo de los intelectuales y comentaristas es que les importa más que las ideas sean interesantes que ciertas. Estoy de acuerdo: el buen juicio en política es distinto del buen juicio en la vida intelectual, y el político debe trabajar con ideas ciertas y aplicables a la vida real. Pero este doble plano de reflexión no puede ni debe otorgar patente de corso a los precursores del todo vale bajo el señuelo de la real politik.
El debate derechos humanos vs real politik responde a una lógica interna simple y perversa: toda política debe ser evaluada sobre los beneficios que reporta y sobre la base de la utilidad que produce, no sobre los principios que involucra. Complejo debate para un mundo globalizado y sin principios ni valores claros en su actuar, basado siempre en fríos cálculos geoestratégicos y no en una idea de justicia internacional.