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Rajoy y el PP: Gobernar sin liderar

el término más invocado en los debates políticos que se suceden desde las elecciones del 20-D es el de ingobernabilidad. El PP obtuvo a nivel estatal una victoria amarga, cuya derivada principal es la imperiosa necesidad de buscar acuerdos para la investidura de Rajoy y la posterior conformación de un gobierno en minoría. Hemos asistido ya, con la elección de la Mesa del Congreso, a su primera derrota, disfrazada de pacto.

Pese a lo que pudiera parecer, hay un nexo que establece un cierto hilo conductor entre ambos escenarios, el de la mayoría absoluta de que disfrutó en la anterior legislatura y la pírrica victoria ob-tenida en estos comicios: Rajoy y el PP han gobernado pero no han liderado ni el país ni el sistema político, entendido como espacio para el diálogo y el entendimiento entre las diferentes formaciones, por mucho que la aritmética parlamentaria no te lo exija cuando disfrutas de mayoría absoluta. Esta clave, junto a la política de confrontación permanente convertida en seña de identidad del PP es la que conduce a la mencionada ingobernabilidad, por encima de la atomizada representatividad política, inédita en la democracia española, surgida del 20-D.

Dirigir un gobierno debe traducirse en la práctica en tratar o intentar tomar decisiones adecuadamente. Liderar un país es otra cosa: supone hacer, materializar de verdad las decisiones adecuadas. Saber qué está bien, qué corresponde realizar como acción de gobierno y no hacerlo implica falta de coraje. La autoridad moral, la credibilidad social, la auctoritas de un dirigente político deriva entre otras cosas de esas dosis de audacia responsable que le ayuden a superar lo aparente, lo formal, el mero deseo de quedar bien, el pseudomovimiento (girar y girar sobre sí para llegar al mismo sitio de partida).

¿Cuáles han sido las señas de identidad del PP como gobierno bajo el rodillo de la mayoría absoluta? Ha identificado erróneamente el hecho de dictar leyes con gobernar. Ha promulgado, con su control parlamentario, leyes, una ingobernable hipertrofia normativa; ha focalizado siempre en otros la causa del problema; ha reprochado a los demás, a la oposición la falta de voluntad de acuerdo y el tan cacareado “sentido de Estado”; ha utilizado la crisis como chivo expiatorio y a la vez como causa de todas sus controvertidas decisiones adoptadas en el terreno social, ambiental, territorial o de desmantelamiento de lo público bajo argumentos de eficiencia y de necesidades de mercado.

El resultado de esta política carente de pactos o de gestos que pudieran generar complicidades políticas ha dibujado un clima político que gripa el motor de toda voluntad de acuerdo: sin confianza recíproca nunca habrá posibilidad de acuerdos o al menos será muy difícil su materialización. ¿Qué puede proponer Rajoy a Sánchez para que el PSOE se abstenga y posibilite su investidura?

¿Cómo se valora desde Euskadi estos años de cicatera visión hacia todo lo vasco, cuando no de menosprecio y de altanería prepotente mostrada por Rajoy y su gobierno frente a las invocaciones al pacto y al diálogo realizadas de forma sistemática por parte del lehendakari?: el poso de destilación que estos cuatro años han dejado en la sociedad vasca es el de una oportunidad perdida para haber trabajado en la normalización política y en el terreno de la convivencia.

Resulta difícil imaginar que ahora un hipotético Gobierno en minoría, como el surgido de las urnas del 20-D actual, pueda liderar y marcar el rumbo. Para tener buen juicio en política hay que empezar por reconocer los errores. Mirar al pasado con verdadero sentido de la autocrítica supondría repensar la ausencia de toda voluntad orientada al pacto entre diferentes, a acabar con una legislación de excepción y una política penitenciaria anclada en la venganza y no en la justicia y a orientar los esfuerzos hacia una nueva forma de entender las relaciones entre el Estado y Euskadi que superen viejas tutelas y se basen en el reconocimiento de la realidad nacional vasca.

En muchos sectores se extiende socialmente la sensación de que la política ha fracasado. Y sin embargo es más necesaria que nunca para recuperar una gestión de la res pública, de los asuntos públicos, más exigente y más democrática. Tiene que ejercerse y ejercitarse con más apertura, más transparencia, más honestidad.

Es cierto que asistimos a un alejamiento de las ideologías políticas, a un cierto desarraigo y desapego respecto a las estructuras colectivas, una transformación de la política en espectáculo, porque la propia lógica del mercado hace abandonar la reflexión en beneficio de la emoción, pero todo ello no debe ocultar la verdadera cuestión pendiente de debate, de alcance estructural y no coyuntural: la apuesta política de futuro en Euskadi, su inserción en un contexto europeo y la estrategia política y social que debe marcarse para alcanzar los objetivos de autogobierno deseados.

Dirigir un gobierno es tratar intentar tomar decisiones adecuadas. Liderar un país es otra cosa: materializar las decisiones adecuadas