No había duda de que la manifestación celebrada ayer en Donostia iba a contar con multitud de adhesiones. Convocada por la plataforma Arnaldo Askatu y la iniciativa Free Otegi Them All (Libre Otegi libres todos ellos), estaba previsto que acudirían no solo personas de la misma adscripción ideológica que el dirigente abertzale, sino gentes ajenas a ese sector pero sensibles a la injusticia que se está perpetrando contra él y contra sus compañeros de proceso. Y si algunos dejaron de asistir, lo habrían decidido por no salir en la foto.
Merece la pena reflexionar en las razones por las que el atropello judicial colectivo contra los procesados en el caso Bateragune ha ido centrándose en la figura de Arnaldo Otegi, como imagen y compendio de un equipo de dirigentes que diseñó la nueva estrategia de la izquierda abertzale basada en el abandono de la lucha armada. Este paso trascendental lo han personalizado en Arnaldo Otegi, aunque ya se conoce que quienes lo lideraron fueron también otros dirigentes como Rufi Etxeberria, Rafa Díez Usabiaga o Iñigo Iruin. De acuerdo a la decisión de participar activamente en las coordenadas políticas democráticas, era necesaria la orientación hacia la figura de un líder reconocido como tal por la militancia y, al mismo tiempo, por “el enemigo”.
Y a seis meses de su liberación y su vuelta a la actividad política, el disparatado comportamiento judicial inducido por el impulso de los gobernantes españoles y de los medios de comunicación hegemónicos ha creado la figura de Arnaldo Líder, Arnaldo Mito. A ello también ha contribuido, por supuesto, el aprovechamiento que el sector social de la izquierda abertzale hace de la indiscutible autoridad del de Elgoibar en labores de comunicación.
Es bien conocida la trayectoria política y vital de Arnaldo Otegi, que saltó a la primera línea casi por casualidad. Era un oscuro parlamentario de Herri Batasuna allá por 1997, cuando se erigió en principal portavoz de la coalición abertzale tras el encarcelamiento de toda la Mesa Nacional. De su pasado se conocía su paso por ETA (pm) en 1977, su salto a ETA (m) en 1981 y los seis años de cárcel que le cayeron por colaborar con esa organización.
Ya como portavoz, hábil, incisivo y convincente, Arnaldo Otegi se prodigó en los medios con un estilo nuevo incluso en la estética. Como portavoz y líder más popular, protagonizó momentos claves en la política vasca de los últimos tiempos. El Pacto de Lizarra en 1998, la Declaración de Anoeta en 2004, el proceso de paz iniciado en 2006 con las conversaciones discretas en Txillarre con Jesús Eguiguren que derivaron en las Conversaciones de Loiola fueron jalones claves en la política vasca, culminados en la decisión final por la que ETA cerraba el ciclo de la lucha armada. En todos estos escenarios estuvo Arnaldo Otegi presente y con notable protagonismo.
Su encarcelamiento y el ensañamiento mediático han hecho de Arnaldo Otegi para buena parte de la ciudadanía vasca un mito, una especie de Gandhi que, no cabe duda, podría ser un firme candidato a lehendakari en las próximas elecciones autonómicas.
Cierto que en su contra puede influir la presión mediática seguidora de esa manía de personalizar-demonizar a Otegi como compendio de todos los males, que podría influir en personas insuficientemente informadas. Tampoco sería extraño, visto y vivido lo que tanto se ha visto y vivido, que ante la posibilidad de su candidatura se produzca una fuerte presión política y mediática apelando a una supuesta afrenta a las víctimas del terrorismo, que cuente con algún fiscal o juez dispuestos a impedirlo propiciando su inhabilitación con alguna argucia legal.
La buena posición que Otegi pudiera ocupar en la próxima carrera electoral se vería también perturbada por el propio pasado del posible candidato, y no precisamente por su pretérita militancia en ETA y los delitos derivados de ella por los que fue condenado, sino por el silencio que mantuvo durante todos sus años de dirigente ante los atentados de ETA. Un silencio que muchos consideraron y consideran complicidad y que, a día de hoy, no acaba de reconocerse por sus compañeros de militancia como pésima práctica política.
A estas dificultades con las que Arnaldo Otegi puede ver complicadas sus justas ambiciones políticas, habría que añadir las derivadas de las actuales críticas -soterradas pero reales- que se agitan en algunos sectores de las bases de la izquierda aber-tzale, insatisfechas con la conversión del Movimiento en Partido, con lo que ello conlleva de abandono de la cultura de resistencia tan arraigada en ese sector social, para pasar a la condición de “secta”. Y es que aún perduran nostalgias de épicas pasadas.
Su encarcelamiento y el ensañamiento mediático han hecho de Arnaldo Otegi para buena parte de la ciudadanía vasca un mito
Algunos sectores de las bases de la izquierda abertzale están insatisfechos con la conversión del Movimiento en Partido