Una estúpida reportera ha acaparado en los últimos días redes sociales y medios de comunicación, por su imbécil acción de propinar una patada-zancadilla a aterrados, asustados y vapuleados seres humanos en tránsito hacia un territorio que les garantice lo que su propia patria es incapaz de proporcionarles: amparo, cobijo y paz.

La mencionada periodista estaba rodando unos planos de despavorida carrera que todos los días se produce en algún lugar de la frontera europea en un fenómeno sin par de presión migratoria, cuando mezcló sus sentimientos xenófobos y racistas con la tentación de mejorar los planos para el posterior montaje y así hacer una pieza informativa singular, propia y manipulada. Y lo pensó y lo ejecutó y dejó su anca maligna para provocar caída, destrozo y escena violenta para ganarse quizás un premio de cadena próxima a intereses de ultraderecha. Y se equivocó la paloma porque la desnortada Petra no captó que compañeros reporteros estuvieron más atentos a la torpeza reporteril que a la huida de los refugiados.

Y la hazaña del intrépido personaje quedó grabada por el ojo múltiple de objetivos de cámaras de la aldea global que maneja el Gran Hermano mediático y su aliado, Internet.

Cierto que en el momento de la patada-zancadilla se acabó la carrera profesional de quien probablemente se sintió llamada por los cinco minutos de gloria wharholianos que todos nos merecemos en esta repajolera existencia. El mundo es un escenario abierto donde cada día se desarrolla un magnífico show de Truman en los informativos, que recogen actuaciones como la Petrapatada que le perseguirá toda su vida como baldón indigno y tonto de exceso de celo infantil e inmaduro. Fue explosiva para sus intereses la decisión de convertirse en protagonista y no advertir la cámara que le estaba grabando para desdicha de la profesión.