Ni el de bastos
Como el monstruo del lago Ness, preferiblemente en verano y de manera intermitente, aparece la monarquía española dando la nota. Esa institución que, en nuestro caso, fue impuesta por el general Franco como perpetuación de su dictadura, ha campado a sus anchas por encima de sus cuarenta y pico millones de súbditos gracias a la complicidad sumisa y ventajista de los dos grandes partidos que han gobernado y gobiernan en España, jaleados también con adulación y baboseo por la inmensa mayoría de los medios. Y, mientras tanto, esos cuarenta y pico millones de súbditos les pagan a escote los lujos y las farándulas a la familia, mientras la multitud de papanatas les ríen las gracias.
La monarquía, a estas alturas, es un puro anacronismo en un país occidental y democráticamente avanzado. Es un sistema injusto, irracional y, si me apuran, hasta contrario a una Constitución que en su artículo 14 afirma que “todos los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento?”. A ver, según el texto constitucional, qué derecho extra tiene el hijo de un Borbón respecto al hijo de cualquier otro ciudadano. El espermatozoide aleatorio como determinante coronado.
La monarquía española, repito, ensalzada hasta la náusea por los grandes medios y los políticos sumisos y acomodados, apenas ha sido cuestionada, hasta que su degradación ha llegado al conocimiento público con las consecuencias de todos conocidas. Por ahí anda borboneando, de banquete en banquete, de resort en resort, paseando su real emancipación con todos los gastos pagados el rey emérito, mientras que el sucesor -macho, por supuesto- intenta tapar las vergüenzas de su padre encrespando el gesto en pose de jefe de Estado para llamar al orden a los vasallos y sentar cátedra sobre lo bueno y lo malo.
“El respeto a la ley nunca ha sido, ni es, ni debe ser un simple trámite, una mera formalidad, una alternativa”, le reconvino con expresión casi amenazante al president Artur Mas. Aviso a navegantes, ante la iniciativa catalana de convertir las elecciones autonómicas en un plebiscito para la soberanía. Felipe VI, rey de España por la gracia de Dios, no se mueve ni un milímetro de la doctrina oficial, de la paranoia centralista, de la unidad de destino en lo universal implantada por la Falange.
“Que las autoridades se atengan en todo momento (?) a sus respectivos deberes y obligaciones institucionales y en un marco que ofrezca seguridad jurídica, respeto a la ley, confianza y estabilidad”, le advirtió al lehendakari, Iñigo Urkullu. Y añadió, para que quedase claro: “Confluyen hoy aquí (en Bilbo) tierras, personas, obras y sentimientos que integran, desde su propia singularidad, el gran patrimonio común de todos, la gran empresa que a todos nos pertenece y nos une, que es España”. Ahí queda eso.
Felipe VI, como su padre, no puede saltarse una línea de esa ley a la que apela, sencillamente porque esa legislación protege sus privilegios. Por ahí va y por ahí seguirá el nuevo Borbón reinante, abusando del respeto institucional que se le debe y que impide a los aludidos (Mas y Urkullu) montarle el pollo delante de todos los presentes, las cámaras y los micrófonos.
Claro que luego viene la vuelta, y los interpelados con más o menos acritud por Felipe VI responden al exabrupto asegurando que “nosotros no nos hemos saltado la ley” (Artur Mas) o reprochándole su falta de respeto (Iñigo Urkullu) y reclamándole “una mirada más detenida a lo que es el respeto plurinacional y la singularidad vasca”. En puro acatamiento a la Constitución, el rey de España debería jurar el respeto a los fueros vascos en Gernika, como lo vinieron haciendo los reyes españoles hasta el siglo XIX, fueros ahora reflejados como “derechos históricos” en el actual texto constitucional. Menos hablar de la unidad de España y más reconocer la singularidad vasca, vino a decirle el lehendakari.
La voluntad de los navarros ha impulsado el cambio, le dijo Uxue Barkos. Un cambio que, por supuesto, no le debe gustar nada a Felipe VI. Como tampoco le habría gustado la exposición que la presidenta le hizo sobre el despropósito del polígono de tiro de Bardenas. Pero le es igual. Le habría escuchado con cara de póquer y como si oyera llover. A fin de cuentas, era solo una visita institucional, uno de esos encuentros que por respeto hay que mantener por más requerimientos al desplante que se hacen desde quienes se plegaron y tragaron sin chistar cuando les tocó a ellos.
Mientras tanto, el busto del monarca emérito ha sido descabalgado del salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona y muchos mantenemos la esperanza de que, por fin, sea escuchada una clara mayoría de ciudadanos que reivindique la república, suprimida con violencia precisamente por el dictador que nombró a dedo al descabalgado del salón de plenos. Porque reyes, solo en el mus y jugando a la grande.
Felipe VI no se mueve ni un milímetro de la doctrina oficial, de la paranoia centralista, de la unidad de destino en lo universal
El nuevo Borbón abusa del respeto institucional que impide a Mas y Urkullu montarle el pollo delante de todos los presentes