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Nostalgia de los peores tiempos

Esta pasada semana, el día 13, se cumplían 18 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal por el PP en el Ayuntamiento de Ermua. Un crimen con todos los agravantes imaginables, que lo hicieron aún más insoportable que cualquiera de las atrocidades perpetradas por ETA en sus cincuenta años de historia.

En el secuestro y asesinato del joven concejal, julio de 1997, confluyeron una serie de circunstancias que marcaron un punto de inflexión en la respuesta política y social contra el terrorismo, contra una organización armada que aún se creía con posibilidades de poner de rodillas al Gobierno español e incluso de modificar el modelo de sociedad.

Las consecuencias del asesinato de Miguel Ángel Blanco fueron, por una parte, implacables para el acorralamiento a ETA y, por otra, devastadoras para las libertades democráticas. El impacto emocional de aquel crimen, narrado minuto a minuto por los medios de comunicación desde el secuestro del concejal hasta su muerte a balazos, hizo rebasar las expresiones habituales de rechazo al terrorismo y creó el ambiente propicio para las más apasionadas actitudes de odio y de venganza.

Al calor de aquella conmoción ciudadana, y bajo el paraguas del “espíritu de Ermua”, florecieron colectivos de contestación social y fundaciones de apoyo a las víctimas del terrorismo que, con el tiempo, algunos fueron degenerando en puros receptores de prebendas y otros en verdaderos poderes fácticos de coacción y marcaje a los sucesivos gobiernos españoles.

Aquel punto de inflexión tuvo, además, unas inmediatas consecuencias políticas que fueron mucho más allá de la simple política antiterrorista. Los tres poderes -ejecutivo, legislativo y judicial- se acoplaron para fijar un entramado legal en el que no solamente se diluían los límites de la violencia política, sino que se lanzaba una red pelágica antiterrorista en la que podían caer formaciones políticas hasta entonces legales e incluso ideologías consolidadas y ajenas por completo a cualquier ejercicio de la violencia.

A cuenta del “espíritu de Ermua”, y con el aplauso de la mayoría mediática, se aceptó sin apenas discrepancia aquello de “todo es ETA” y se suscribieron acuerdos al más alto nivel bajo el título Por las libertades y contra el terrorismo (año 2000) que en su preámbulo acusaba a PNV y EA, por nacionalistas, de complicidad con el terrorismo.

Desde aquellos años y puede afirmarse que hasta ahora, los partidos que pactaron el acuerdo -PP y PSOE- han convivido con la tentación de aprovecharse de la violencia terrorista para acorralar a la izquierda abertzale, para debilitar al nacionalismo democrático, para mantener el estado general de crispación y para pescar en el río revuelto del puñado de votos demostrando quién es el más inflexible.

La decisión de ETA de poner fin a la lucha armada, la legalización casi forzada de la izquierda abertzale y el cada vez más bajo nivel de convulsión social, han superado el ambiente político de aquellos años de plomo y puede decirse que solo el Partido Popular con el soporte de algunos colectivos de apoyo a las víctimas sigue apelando a las vísceras para agitar pasados odios y presentes venganzas.

Parece difícil de creer que una dirigente popular como Arantza Quiroga, con su aspecto modosito y su eterna sonrisa de no haber roto un plato, hubiera tenido la ocurrencia de estrellar toda la vajilla a cuenta de la memoria de Miguel Ángel Blanco. En el homenaje al concejal asesinado en el 18º aniversario de su muerte, resultó absolutamente anacrónico el recurso a argumentos que todos creíamos superados. Sin aludir al desastre electoral de su partido, más aparatoso aún en la CAV, prefirió la agresión dialéctica contra el abertzalismo. Como en los peores tiempos. Como en aquellos tiempos en los que todo estaba permitido al PP, a sus dirigentes, a sus acólitos, a sus policías, a sus jueces y a sus parásitos travestidos de espíritu de Ermua.

Por inercia o por añoranza de los peores tiempos del odio y la venganza, Quiroga se desmelenó echando mano del despropósito incendiario. Aprovechando el ambiente emocional del recuerdo a Miguel Ángel Blanco, se empeñó en embarrar la convivencia política profiriendo el agresivo disparate: los partidos abertzales -iba por todo el nacionalismo vasco, para qué nos vamos a engañar- han copado la representación institucional gracias a la “limpieza étnica” perpetrada por ETA. El viejo truco y la inmensa mentira de los centenares de miles de vascos constitucionalistas que se vieron obligados a huir por la violencia de ETA y la presión nacionalista.

Búsquese otra excusa, señora Quiroga, para explicar el descalabro del partido que preside en Euskadi. Reconozca su incompetencia para posicionar a su gente en el camino de la paz y la reconciliación. Sacúdase la caspa heredada de los Mayor Oreja, Iturgaiz, San Gil y demás monopolizadores del dolor ajeno, y convénzase de que la crispación, el exabrupto y los discursos incendiarios ya no le sumarán votos.