la respuesta del resto de Europa a la propuesta realizada por los representantes griegos tras el resultado del referéndum va a abrir para Grecia muchas más incertezas que respuestas, porque las contradicciones internas griegas van a aflorar en breve. Se realizó una consulta revestida de épica, de retórica democrática, pero que en el fondo ha representado un intento de delegación de responsabilidad por parte de quien gobierna en favor del pueblo griego, un gobierno que no puede pretender endosar decisiones de tanta trascendencia a un pueblo que votó plebiscitariamente y sin capacidad para sopesar el alcance técnico de su decisión en medio de un caos total y acerca de una mera propuesta, un borrador y no en relación a un acuerdo o un desacuerdo ya cerrado.

Con Grecia y su crisis todos hemos vuelto a caer en el fácil maniqueísmo político (porque la cuestión es política, no financiera), los buenos frente a los malos, en función de la postura desde la que se analice y valore esta debacle griega que recuerda a la clásica tragedia mitológica, la elección entre Scylla y Caribdis en la Odisea de Homero.

El duro aterrizaje que impone la realpolitik tiene un coste en términos de frustración e impotencia; una cosa es dominar la buena retórica, expresar planteamientos sugerentes que tu pueblo y tus ciudadanos quieren escuchar, y otra muy distinta lograr que estas se materialicen, cuando para ello hace falta lograr con tus socios europeos un clima de confianza perdido tras los cruces recíprocos de acusaciones y reproches.

El victimismo causa furor como seña de identidad de muchos políticos que siempre europeízan el fracaso y nacionalizan el éxito, que tratan a la Unión Europea como chivo expiatorio y la consideran como una potencia extranjera que nos invade, en lugar de una realidad política fruto del acuerdo entre estados y cuyo verdadero amianto, cuyo veneno interno, deriva del peso de lo intergubernamental sobre lo internacional, así como de la ausencia de reconocimiento del papel que deben jugar en la construcción europea los ciudadanos y los pueblos y las realidades nacionales no constituidas en estados que la integran.

La crisis ha evidenciado carencias institucionales graves en la gestión política de la crisis, así como la necesidad de saneamiento del sector financiero y la normalización del flujo del crédito. La unión monetaria exige pasos en la unión política y en la coordinación fiscal. Europa se encuentra ante su propio dilema: integrarse o desintegrarse; ¿a quién rescata la Unión Europea? ¿A Grecia y a sus ciudadanos, que tendrán que sufrir un nuevo plan de ajuste doloroso, o a sus bancos acreedores, franceses y alemanes, principalmente?

Alemania no acepta una “mutualización” de riesgos (lo que de facto se produciría si se llegase al acuerdo de gestionar de forma común y conjunta deuda pública europea). La crisis financiera no solo es debida a una defectuosa (o inexistente) regulación o a la falta de verdadera supervisión sobre la voracidad lucrativa de los operadores. Es también el resultado de una crisis de valores. Y junto al necesario rearme moral y ético de los mercados es preciso articular un andamiaje, un mecanismo normativo sólido, estructural y no meramente coyuntural.

Dejemos de lado autocomplacencias, ejerzamos dosis de autocrítica, recuperemos la esencia de la solidaridad, base de la construcción europea, asumamos cada uno su parte de responsabilidad, eliminemos autarquías y egoísmos estatales. Estas serían las bases para el inicio de una verdadera integración europea y para la salvación de la economía griega.

El Gobierno griego hizo una consulta que trató de delegar responsabilidad en ‘favor’ del pueblo

Una cosa es dominar la retórica y planteamientos sugerentes, y otra que estos se materialicen