-“Serge Blanco y Manu Merin, los presidentes, parece que ya os están preparando la fusión en el BAB” -comenta el Marqués de Altamira en la terraza del pequeño club de golf, sentado mirando hacia el Ernio-, “así que unidos en la desgracia”.
- “Un águila de dos cabezas”, dijo Stanislas, y “si se corta una, el águila muere”, contestó la reina, enamorada del anarquista que vino a matarla y también se enamoró de ella.
Imanol Hiruntchiverry representa teatralmente, exagerando su acento matizado de francés, el bello texto de Cocteau, ante la mirada de los concurrentes en las mesas vecinas.
- “Las águilas de dos cabezas no existen más que en los escudos heráldicos” -dice Aristide Labarthe que observa sin ningún disimulo a una dama que se esfuerza en mejorar su swing en el campo de prácticas-, “así que en la realidad solo se puede dar la fusión por absorción”.
- “¿Y qué opina el pueblo?” -Dice el Barón de La Florida que va por la segunda botella de agua con burbujas y no ha recuperado mucho de su aliento-. “¿En el rugby profesional solo deciden las oligarquías financieras?”
- “A mi alrededor hay un silencio resignado, resignado hasta que los susurros se convierten en gritos” -la voz de Hiruntchiverry se ha hecho cavernosa-, “a nadie le gusta el águila de dos cabezas pero a la mitad de los seguidores les parece inevitable?”
- “¡Absorber a los de la playa es un mal final para tan bello drama!” -Ahora es Labarthe el que teatraliza, al ponerse en pie, una silla cae-. “¡Los dos equipos deben continuar y continuarán hasta el Juicio Final!”
Las señoras llegan, acabada su partida, y una de ellas informa a las otras:
- “ Ya están hablando otra vez de la fusión”.
“Las águilas de dos cabezas no existen, así que, en realidad, solo se puede dar la fusión por la absorción”