Competir para pactar
resulta impropio, ridículo casi, anunciar que la campaña electoral comenzaba a las cero horas del pasado viernes. Tal como en estos tiempos se concibe la rivalidad política, puede afirmarse que las campañas electorales se inician nada más conocerse los resultados de las urnas. Los que ganaron para mantenerse en el poder, y los que perdieron para emprender la tarea de desgaste y preparar la alternancia.
Nadie podrá negar que llevamos meses, también años, en plena precampaña, eufemismo al uso para disfrazar una frenética actividad dispuesta para esos siempre próximos comicios que, lamentablemente, se prodigan demasiado. Por eso, las maquinarias de los partidos entraron ya el jueves sin solución de continuidad en el último acelerón, al que más de uno ha llegado con la lengua afuera y sin otra propuesta que ofrecer que la cartelería, el prospecto multicolor y mítines para los incondicionales. Y las encuestas, más o menos teledirigidas, por supuesto.
La interminable precampaña dejó entrever algunos datos, algunos talantes, que pusieron de manifiesto que las próximas no van a ser unas elecciones del común. Tanto las municipales, como las forales, como las autonómicas navarras, llegan en un momento especial, en un contexto diferente a las precedentes. Se dan unas circunstancias singulares que añaden nuevas incógnitas que han provocado verdaderos quebraderos de cabeza a los encargados de la campaña de los respectivos partidos, a unos más y a otros menos según sea lo que se juegan en estos comicios.
Se ha comprobado en las últimas jornadas de precampaña un evidente desasosiego entre quienes ven en peligro su actual situación dominante, un temor a perder el poder, que les ha impulsado a embarrar el terreno con una iniciativa tan tramposa como la presentación una semana antes de la campaña del proyecto de ley de derecho universal subjetivo a la vivienda y su aprobación en el Parlamento Vasco por un voto, a sabiendas de que es un brindis al sol. O las apelaciones apocalípticas a un supuesto “efecto llamada mundial” a cuenta de ese proyecto de ley. O, ya puestos, con el burdo chapapote de la ampliación de la denuncia contra Bidegi en el último momento, con datos ya conocidos y tratados hace cuatro años.
Hay que reconocer, sin embargo, que en esta ocasión las múltiples elecciones llegan animadas por unas cuantas incógnitas que podrían añadir alicientes de interés no solo para las formaciones políticas en liza, sino también para una ciudadanía no excesivamente motivada. Además de que por primera vez la violencia de ETA está definitivamente ausente, se debe tener en cuenta que estos comicios llegan con una situación económica menos agobiante, desconociéndose cuál vaya a ser la reacción de los votantes ante el anunciado despegue tras la salida de la crisis. Es también incógnita, y considerable, la irrupción de los nuevos partidos -Podemos en sus distintas denominaciones y Ciudadanos- a los que las encuestas conceden unos resultados que condicionarían notablemente anteriores consultas electorales. Especialmente enigmática es la posibilidad de un cambio de progreso en Nafarroa, cambio que se viene anunciando quizá con demasiado optimismo confundiendo los deseos con la realidad. Como incógnita, aunque se cuente con ella en todo proceso electoral, queda el alcance del desgaste inevitable de los partidos que hayan estado al frente de la gestión institucional durante estos cuatro años y los efectos negativos de algunas de sus actuaciones.
Por el contrario, lo que parece inevitable es que los resultados más razonables indiquen una ausencia de mayorías absolutas en la totalidad de las consultas electorales más importantes. No habrá mayoría absoluta ni en el Parlamento de Nafarroa, ni en las tres diputaciones de la CAV, ni en los ayuntamientos de las cuatro capitales.
Esta circunstancia, afortunadamente, obligará a los partidos a pactar, a acordar, a ejercer con responsabilidad el deber de ceder para el bien común. Llega, por tanto, la hora de los acuerdos para asumir honradamente el compromiso contraído con la sociedad. Pero sería un inmenso error promover los acuerdos solo por tocar poder, o por desalojar de él al adversario, como lo sería obstaculizarlos mediante la estrategia de tierra quemada para evitarlos. Solo serían asumibles los acuerdos basados en un programa concertado a base de ceder parte del propio cada uno de los acordantes.
Los pactos, que se prevén ineludibles, deberán ser transversales, unos acuerdos entre diferentes para gestionar un proyecto común para beneficio de la totalidad de la sociedad. Acuerdos que nada tengan que ver con el desgraciadamente habitual quítate tú para ponerme yo.