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Esto apesta

Describir al detalle los más recientes excrementos de corrupción depositados ante la Audiencia Nacional y ante la ciudadanía por las decenas de sinvergüenzas imputados por el juez Eloy Velasco sería una tarea tan farragosa como descorazonadora. ¿Lo de los cincuenta y pico capos detenidos? Pues bueno, una más. Quizá más aparatosa por abundante, pero no deja de ser un episodio más en ese país que apesta a corrupción política desde hace décadas.

Hay quien busca las raíces de esta auténtica casta de trincones en la tradición picaresca española, en las habilidades para la mangancia de Rinconetes y Cortadillos descritas en la literatura clásica. Pero no. Aquellos pícaros clásicos podrían corresponderse con los quinquis modernos, cuya determinación delictiva aspiraba a afanar gallinas o, en más peligrosa modernidad, al trapicheo al por menor. Pero el modelo en el que aquellos pícaros se miraban eran los poderosos que metían la mano en el tesoro público, los próceres del estipendio, la bula, la alcabala y el favor real, o episcopal, que casi era lo mismo. O sea, el afán era emular a los que estaban en el poder, o a los que rondaban el poder.

Sin necesidad de retroceder tanto en el tiempo, y con esos precedentes atávicos, corramos un tupido velo sobre el pillaje impune y desaforado de la clase dirigente en el franquismo y observemos cómo y cuánto ha proliferado la corrupción en esta supuesta democracia nacida de la transición.

En España, a nivel estatal, autonómico y municipal han prosperado hasta límites insospechados los conseguidores, los intermediarios, los profesionales del cazo, los depredadores del porcentaje, los cargos públicos corruptos, los empresarios corruptores, los abogados marrulleros, los conseguidores y toda una fauna de nuevos ricos, riquísimos, nacidos del pelotazo, la recalificación, la obra pública y la impunidad, sobre todo la impunidad. Rinconetes de altos vuelos desde Juan Guerra hasta Pujol, pasando por los Urralburu, Roldán, Naseiro, Bárcenas, Camps, Matas, Fabra, Acebes, los de la Gürtell, los de los ERE? hasta esta última redada patroneada por Granados, aquí ha trincado un alto porcentaje de la que ahora algunos denominan casta política. Unos trincaron para financiar sus partidos y otros para llenarse los bolsillos directamente.

Cuando se les pilla con las manos en la masa, que no es frecuente, encima tenemos que asistir a la máxima hipocresía como las vergonzantes peticiones de perdón ya sean del exrey, o de Esperanza Aguirre o, para no ser menos, del propio Rajoy. Y creen que con eso han cumplido, sin que se les pase por la cabeza dimitir por haber consentido -o nombrado en el cargo- que los corruptos campasen a sus anchas, sin exigir la devolución de lo robado y sin ninguna intención de impedir que las tropelías sigan perpetrándose.

Pedir perdón es práctica evasiva, puro subterfugio con tintes piadosos, que de ninguna manera va a persuadir al ejército de depredadores presentes y futuros que eligieron la profesión de políticos para forrarse, ni a la avidez de constructores y empresarios dispuestos a gratificarles a cambio de concesiones de obras y servicios. Ya lo hemos visto, después de los golpes de pecho y peticiones de perdón, acto seguido sacan vena para echar en cara a sus oponentes lo de “y tú también”, “y tú más”. Y lo peor es que es verdad.

A día de hoy, y mientras no le pillen, no parece que “la casta” vaya a meter mano en este pozo séptico. Es la hora de los jueces, y lo digo a título individual. De los jueces, escasos, con sentido cabal del cumplimiento de su obligación a quienes no les tiembla el pulso por empapelar a altos cargos de la política, o de la empresa, o de la banca, o de la monarquía. Pero ya se están ocupando a fondo los gobernantes bipartidistas, sean de un partido o de otro, de no modificar las leyes, ni de dotar de medios a la justicia para entrar a saco en la madriguera de la corrupción. En lugar de pedir perdón con cara de pasmado, el presidente del Gobierno español debía haber asignado de manera urgente los policías judiciales, inspectores fiscales y medios necesarios para evitar que puedan continuar estas prácticas corruptas.

Esto no puede seguir así. Por si les sirviera de reflexión a los partidos políticos más enfangados en esta peste, les conviene echar la mirada a la Tangentópolis italiana, aquel macroproceso contra la corrupción en Italia que acabó con la desintegración del Partido Socialista, la Democracia Cristiana, el Partido Comunista y otras históricas formaciones que, en definitiva, eran cómplices de la corrupción generalizada en el país. Ya se lo pueden ir pensando los del bipartidismo.

Miramos con estupor, con repugnancia, lo que está ocurriendo del Ebro para abajo. Queremos creer que en Euskadi hay una dimensión ética de lo público diferente o, al menos, que existen mecanismos legales que dificultan esa corrupción. Pero no podemos olvidar que la carne es débil y que algunos empresarios vascos están implicados en aquella Operación Malaya contra los depredadores de Marbella.