la sagas familiares en los medios son una realidad que se da con cierta frecuencia en redacciones y platós. Dinastías profesionales de referencia como la de los Prats, Matías e hijo, o Joaquín Prat e ídem o las Campos del momento presente u otras de similar relumbrón y prestigio mediático que adornan redacciones varias. No es sencillo discriminar si ejercer la profesión al lado de una reinona de los platos, como es el caso de María Teresa Campos y la hija de sus bien llevadas carnes, Terelu, es beneficio o molesta sombra en el desarrollo de la carrera artística y periodística de la muchacha que se empeña en plantar sus reales y decir hasta aquí yo y hasta allí mi madre, pero este planteamiento de influencias y apoyos no es sencillo de transmitir a los televidentes, quienes siempre verán a la apasionada, complicada y redicha Terelu como hija de Maritere, rutilante estrella de programas de pasados tiempos musicales felices. Cierto que ser hijo de famoso en el negocio abre más puertas de las que cierra y que la sonoridad del apellido coloca a los vástagos en posiciones de relieve y ventaja. El principio freudiano de la muerte del padre para el asentamiento del hijo se traslada a los camerinos de la tele, donde se produce clara desventaja para la rotunda y protegida Terelu, que pugna por quitarse de encima el chapapote mediático de la personalidad de madre absorbente que a sus setenta años sigue beneficiando a la cadena cada vez que asoma en pantalla con su sonrisa de Maritornes televisiva. El dilema de si una madre/padre famosos ayudan o espantan solo se dilucida cuando faltan y eso es algo que no deseamos para solaz de la audiencia fiel que tiene la malagueña que se resiste a dejar la tarde del finde en manos de la niña de sus televisivas carnes que le acompaña como jarrón chino de la dinastía Ming; pues buena es ella?, la madre.
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