-Y los lesionados no siguen los planes de recuperación que les marca el fisioterapeuta, sino que se dedican a cerrar los bares -añade enfadado el siguiente cliente del puesto, un atildado caballero de pelo gris y perrito en el cesto de la compra-, mientras que el Señor Presidente abre la boca grande pero tarde y mal, en vez de poner disciplina...

-Los veteranos son los peores, que ya solo piensan en qué otro equipo de segunda división van a jugar el año que viene y ni se implican ni se recuperan ni se entrenan ni... -culmina una mujer, con el acento snob y vasco de la crema social local-.

El aire fúnebre de los seguidores locales impregna las tabernas biarrotas antes y después de cada partido y ni siquiera las tapas que les sirven entre carteles de corridas de toros y de Luis Mariano en su apogeo, acompañadas de todo el catálogo de vinos y cervezas que uno se pueda imaginar, levantan los espíritus, un tono gris de resignación se va imponiendo que vuelve silenciosa la marcha de los socios hacia el estadio de Aguilera. Y el tipo disfrazado de piel roja de opereta parece más absurdo y ridículo que nunca pero sigue siendo insoportablemente ruidoso.

-Es un gran club, a pesar de todo -Hiruntchinberry proclama a mi lado con su gorra rojiblanca mientras se canta el himno-, y en cuanto recupere sus fundamentos un poco más abajo nos volverá a llevar arriba, muy arriba -y se golpea con la palma enorme de su mano en el corazón, creo que le brillan los ojos-.