LA tele es como el Universo: sale de la nada. Masterchef llegó hasta Donostia. A los concursantes les mandaron hacer boquerones en el restaurante de Subijana. A unos les pusieron ingredientes en vinagreta y a otros de tomate. Luego el guion propuso que se unieran a un grupo de pescadores y salieran de faena. Algún profesor se escapó de pinchos. El resultado fue abrumador: Masterchef lideró con un 20% la noche del martes. Sino fuera televisión y hubiera que explicarlo científicamente se llamaría Bosón de Higgs, esa partícula -o lo que sea- que descubrieran los físicos Englert de una parte, el fallecido Robert Brout por otra , y el tal Higgs, que desde otro lado se ha quedado con la patente del nombre. Los tres científicos llegaron a la misma conclusión hace casi cincuenta años sobre que existía una partícula que interactuara con otras y diera lugar a que se formara la masa. Creíamos que la televisión partía de la creación y resulta que es un simple resultado de poner juntos determinados aspectos. Unos concursantes predispuestos a quedar en ridículo, unas examinadores que leen literalmente su guiones y un entorno en el que el proceso televisivo toma vida, se expande y llega hasta nuestros televisores. No. No es magia. Es pura dejadez. Unos, los creadores, porque juegan a ser dioses y sueltan las partículas adecuadas en atmósferas propicias. Otros, los espectadores porque aceptan el juego sin objeciones. Mostraron la riña de dos concursantes gallitos, nos enseñaron a quitar con unas tijeras la cabeza y la espina de las anchoas y, como no podía ser de otra manera, expulsaron a una tal María del concurso. El equipo perdedor le dejó la cocina a Subijana "más limpia que la patena". No sabemos si entre los sartenes o metido entre las púas de los tenedores quedó alguna partícula de Higgs desde la que el universo siga su expansión.