Consumo televisivo desatado
anda desatado el consumo televisivo, habiendo alcanzado durante las pasadas Navidades cifras de auténtico récord, ya que los estudios cifran en cuatro horas y media una marca que amenaza con seguir creciendo y que, sin lugar a dudas, tiene que ver con las circunstancias reales y colaterales de la crisis pandémica que estamos sufriendo y no con el crecimiento de la calidad, atractivo y empuje de los distintos productos que ofrecen las televisiones en digital terrestre y en cerrado de pago. Decían los frailes benedictinos que el día se repartía en tres fragmentos de ocho horas cada uno para rezar, para laborar y para el resto. Pues bien, en esto del resto, los consumidores de televisión dedican el 50% del tiempo de ocio a sentarse frente al televisor y tragar con mayor o menor facilidad los disparates de los queridos monstruitos de Tele 5, las gracias concurseras de Sobera y Valls, las intensidades informativas de Prats, Ana Blanco o Pedro Piqueras y así cientos de programas hasta agotar el catálogo de variedades que las cadenas programan día a día con poderosa presencia en el consumo del tiempo. La importancia y prestigio de la tele está en haber conseguido estos consumos altos y crecientes de seguimiento de los reclamos de las pantallas que ávidamente consumen los ciudadanos, haciendo de este electrodoméstico habitual en nuestras vidas, refugio hogareño frente a tormentas y tempestades de un tiempo convulso y desnortado. Camino de las cinco horas de consumo diario, la en otros tiempos teletonta despreciada por plumillas e intelectuales despistados, es hoy consuelo, apoyo y compañía de millones de seres que la han convertido en refugio de adversidades que parecen aminorarse con la contemplación pasiva de una catarata de imágenes que alimentan el imaginario personal y colectivo. Es la magia de la tele.