Eso de que en política hay que tener muy en cuenta los gestos no solamente es constatable, sino que el comportamiento gestual forma parte de activo que los políticos dedican a la comunicación porque es muy directamente percibido por la ciudadanía. En el pleno de investidura celebrado los pasados días 12 y 13 se prodigaron gestos que, en su ambivalencia, dejaron pistas suficientes para que quien los observara supiera a qué atenerse.
Es muy posible que el asunto no tenga remedio por ser pretendidamente gesto de militancia, casi de hostilidad, pero no deja de desafinar en un escenario que se supone de solemnidad y cortesía como es la sede parlamentaria. Se trata del gesto reiterado de que a cada orador solamente le aplaudan los de su bancada. Ni una sola vez en el pleno de investidura se dio la casualidad de que a algún parlamentario se le escapase un aplauso para el discurso ajeno. Para cualquier observador, este gesto ya parece de mal agüero. Da la sensación de aquello que al enemigo ni agua, aunque, reitero, es muy posible que no tenga más significado que el cumplimiento de una tradición inveterada que equipara a los políticos con los hooligans que conviene no mezclar.
Otro gesto, este posiblemente menos orquestado pero no por ello menos llamativo, fue la desoladora constatación de tantos escaños vacíos a lo largo de los discursos pronunciados en el hemiciclo. Sospechosas y sincronizadas urgencias fisiológicas, bajadas de tensión necesitadas de cafeína o simple aburrimiento, el gesto de abandonar colectivamente los escaños dejando al orador con el discurso en la boca denota una grave falta de respeto que transfiere al observador la sensación de que sus señorías no se ganan el sueldo que cobran.
En sentido positivo, ya en la breve sesión del jueves en la que fue investido como lehendakari Urkullu, llamó la atención la celeridad con la que Patxi López casi saltó de su escaño para ser el primero en felicitar a su sucesor. Lo que ambos se dijeron quedará en secreto, pero el gesto transmitió cierto alivio tras varios años de clamoroso desencuentro. En esa misma línea, y conviene destacarlo por novedoso, el gesto de Iñigo Urkullu recorriéndose todos los escaños para ir saludando a cada uno de los portavoces de los grupos parlamentarios, que ni le votaron ni le dieron señal alguna de aproximación.
El futuro dirá cuál será el significado final de todos estos gestos, pero con la que está cayendo uno prefiere quedarse con la expresión reiterada en distintos contextos, según la cual todos los grupos sin exclusión dejaron caer una voluntad de acuerdo en lo que cada uno de ellos pudiera llegar a concertar.
Y es que la realidad aritmética que las urnas dejaron en el Parlamento vasco va a obligar al partido gobernante a echar mano de la geometría variable. Lógicamente, en el debate de investidura tanto la candidata de EH Bildu como los portavoces del resto de los grupos oponentes se prodigaron en discursos maximalistas, dando la impresión de que Iñigo Urkullu iniciaría un camino tan en solitario que le será muy difícil sacar adelante ni uno solo de sus proyectos. Es lo que tiene, gobernar en minoría. Otra cosa es discernir si a esa situación se ha llegado por empecinamiento, tal y como se escuchó en los discursos del resto de partidos, o si no fue más verdad que las formaciones consultadas por Iñigo Urkullu tras las elecciones plantearon para el acuerdo exigencias tan excesivas que resultaron inasumibles. El resultado es un Gobierno tan en minoría, que queda a merced de cuantas operaciones de desgaste se les ocurran a la oposición si es que estuviera dispuesta a ejercer durante esta legislatura lo más mezquino de la política.
Pero mejor será volver la mirada a los gestos esperanzadores y a las intenciones de acuerdo expresadas en el Parlamento. Los tiempos no están para marrullerías políticas, ni la paciencia de la sociedad vasca para aguantar frivolidades. Tenemos un problema tan grave, tan lacerante, que cualquier entorpecimiento a iniciativas destinadas a solucionarlo espantará todavía más a la ciudadanía respecto a la clase política. Y, lo que es peor, dejará sin resolver lo que está ya a punto de hundirnos como sociedad del bienestar.
Iñigo Urkullu, es evidente, va a gobernar en minoría y depende de su habilidad ir buscando todos los resquicios de acuerdo que pudieran sacarse adelante. Será preciso para ello consolidar y hacer realidad esa voluntad de consenso tantas veces expresada en el pleno por todos los partidos. Será preciso, también, que el nuevo lehendakari y su Gobierno hagan propuestas de calidad, planteen soluciones tan razonables, tan justas, tan honradas, tan realistas, que su rechazo sea imposible.
La sociedad vasca así se lo demanda. Al nuevo Gobierno y a la oposición, por supuesto.