Se acabaron las especulaciones, los amagos y las baladronadas. Hay que presentar, enmendar y votar los Presupuestos, esas cuentas públicas que condicionarán las posibilidades de viabilidad de las instituciones vascas. Para fin de año, el nuevo Gobierno Vasco, las diputaciones de los tres territorios, el Gobierno Foral navarro y todos los ayuntamientos de Hegoalde habrán tenido que cumplir con el imperativo legal de presentar sus cuentas para el próximo ejercicio y el complicado trago de que sean aprobadas.

Es tiempo de habilidad política, más aún cuando en nuestras más importantes instituciones -con excepción del Ayuntamiento de Bilbao- la aritmética electoral ha definido gobiernos en minoría. Es tiempo, por tanto, de que los políticos prodiguen un plus de sentido común, de realismo y de responsabilidad para que las cuentas presentadas se atengan con rigor a las estrecheces de la actual coyuntura, respeten también con rigor el orden de prioridades para no dañar aún más el estado de bienestar social y renuncien al regate en corto del beneficio partidario.

Evidentemente, va a haber que negociar. Más allá de las necesidades de propaganda mediática, todos los partidos deben tener presente que ahora sí que se trata de las cosas de comer y, con la que está cayendo, pocas bromas. Broma es, y pesada, el trágala que pretende Yolanda Barcina con sus cuentas, en las que se evidencia una implacable apisonadora contra los sectores sociales navarros más desfavorecidos que, a estas alturas, son ya muy amplios. Unas cuentas que se ceban en los recortes en áreas tan sensibles como la sanidad, la enseñanza y la protección a los más débiles, unas cuentas que, además, se presentan con arrogancia y no admiten modificaciones, no van a ser aprobadas. A Yolanda Barcina le da igual. Prorrogará las cuentas de 2012, tachando y borrando a base de decreto ley cuanto le venga en gana. Es su estilo. Otra cosa es que la oposición se lo aguante.

Otro estilo, en ensayo de política preventiva, ha sido la invitación del candidato a lehendakari, Iñigo Urkullu, para un gran pacto que garantizase la aprobación de los Presupuestos de las instituciones vascas claves, Gobierno, diputaciones y principales ayuntamientos. Invitación, por cierto, rechazada con el argumento de que no se puede aprobar previamente unas cuentas que no se conocen. Argumento lógico, si no fuera porque la intención de la propuesta iba dirigida más a la actitud, a la predisposición al acuerdo, que a la aprobación mecánica y acrítica de las cuentas.

El amigo y admirado Javier Vizcaino escribía en su columna uno de estos días que, a fin de cuentas, no podía demostrar eso de que la ciudadanía no estuviera ya dispuesta a consentir más frivolidades a los políticos. El personal está acostumbrado a tragar, aunque la crítica y aun el exabrupto contra los políticos sea tema frecuente de conversación. Cuesta creer, sin embargo, que se pase por alto esa especie de pelea de gallos nada más comenzar el espectáculo: el PNV gobernará solo y en minoría porque le ha dado la gana, porque no ha querido pactar con nadie; el PNV gobernará solo y en minoría porque nadie se ha prestado a pactar con él, porque así le resultará más difícil.

Y, pese al escepticismo de Javier Vizcaino, en estos días yo al menos sí he escuchado más de una vez que ya les vale a los políticos, que menos buscar titulares y más remangarse y ponerse a la tarea. Que sean quienes sean los responsables de presentar los Presupuestos en cada una de las instituciones, la oposición no está obligada a boicotearlos por principio, a no ser que pueda demostrar que son contrarios a las necesidades reales de la sociedad. Por la misma razón, los responsables de presentar los Presupuestos no están obligados a rechazar todas las enmiendas/sugerencias de la oposición mientras no sean contrarias a las necesidades reales de la sociedad.

Los Presupuestos, las cuentas de la Comunidad, o del Territorio, o del municipio, necesariamente estarán en coherencia con la ideología de quienes las presentan, pero no deben incluir necesaria y exclusivamente el cumplimiento de todo su ideario político. Las enmiendas, o las objeciones de la oposición, tampoco pueden reclamar que las cuentas queden impregnadas de unos principios ideológicos que fueron derrotados en las urnas.

Es tiempo de cuentas, propicio a la marrullería y al ejercicio de trileros como eso de proclamarse objetor al acuerdo y al mismo tiempo, de tapadillo y sin luz ni taquígrafos, proponer el acuerdo en carambolas como ha desvelado el diputado general de Bizkaia respecto al diputado general de Gipuzkoa.

Una vez más, será preciso un acto de fe en la responsabilidad, generosidad y coherencia de la denominada clase política. Nos jugamos mucho en ello.