contra lo que podía preverse, la campaña electoral ha transcurrido y finalizado sin sobresaltos ni grandes sorpresas. Puede incluso que haya sido un tiempo menos crispado y políticamente más serio que el de los meses anteriores de la larguísima precampaña. La nota más destacada de la campaña, sin duda, ha sido que por primera vez ha transcurrido sin que la izquierda aber-tzale haya podido recurrir al victimismo como argumento electoral. Sólo la sanción penitenciaria impuesta a Arnaldo Otegi por su intervención grabada en el mitin del BEC ha sido utilizada de manera superficial y esporádica, sin que se le haya dado mayor trascendencia. Otra peculiaridad a tener en cuenta ha sido la ausencia por primera vez del temor a ETA y el hecho de que todos los partidos sin excepción han podido expresarse pública y libremente.
Por supuesto, sería un error deducir conclusiones ateniéndonos al alborotado y caótico debate a seis emitido el pasado día 17 por ETB-2, ya que aquello no fue un debate sino una acelerada exposición del programa de cada uno de los candidatos aderezada con unánime fuego graneado dialéctico contra Iñigo Urkullu, lo que dejaba claro que el PNV era el enemigo a batir.
Repasando lo que cada formación ha protagonizado en la campaña, hay que resaltar que en esta ocasión -para bien o para mal- EH Bildu se ha comportado como un partido convencional y no se ha diferenciado en actos y convocatorias con el resto si se exceptúa el estilo, la parafernalia y la entrega incondicional de sus militantes en las tareas de campaña. Laura Mintegi ha sido una candidata seria, sin estridencias, amable e incluso respetuosa con el resto. Ha basado fundamentalmente su mensaje en la necesidad de un cambio en el modelo de sociedad y, como paso previo para lograrlo, la necesidad de la independencia. Eso sí, no ha concretado cómo y para cuándo va a propiciar ese cambio de modelo de sociedad, ni tampoco ha concretado paso alguno para el logro de la independencia como pudieran ser iniciativas parlamentarias, o acuerdos, o la desobediencia civil. Mintegi ha eludido cualquier alusión a ETA o a la normalización. ETA no ha existido en la campaña de EH Bildu, ni siquiera para aprovechar su decisión de abandono de la lucha armada o la ausencia total de violencia. Los únicos momentos en los que a la candidata se le ha notado crispada, o enfadada, han sido las preguntas que se le han hecho sobre la violencia terrorista, las víctimas o la actitud connivente de la izquierda aber-tzale en el pasado.
El PNV se ha presentado como el paradigma de la centralidad y con un proyecto de país. Como era previsible, ha apelado a su capacidad de gestión ya contrastada y a los logros obtenidos para Euskadi mientras ha tenido responsabilidad de gobierno. Urkullu se ha ofrecido como un líder realista, sin planteamientos utópicos y con un compromiso de seriedad en sus propuestas. Ha sido constante su apelación a la salida de la crisis como primer objetivo, aunque no ha obviado ligar la prosperidad del país a más amplias cotas de autogobierno. No se ha despegado de EH Bildu en las reivindicaciones por un cambio de marco y el derecho a decidir, pero en todo momento ha apelado a la pluralidad de la sociedad y al acuerdo entre todos para lograrlo.
PP y PSE han protagonizado una campaña de perdedores. Han dado por hecha la victoria nacionalista, lo que les ha obligado a ir a la contra de manera demasiado evidente. Ambos partidos han centrado sus ataques más encarnizados en el PNV (el PSE acusándole de mal gestor y el PP de independentista disfrazado). Respecto a EH Bildu, el PSE le ha llegado a hacer algunos guiños a pesar de recordarle su pasado, mientras el PP le ha negado incluso la legitimidad para participar en la campaña.
Basagoiti, con brocha gorda, ha protagonizado casi una cruzada contra el independentismo. Su discurso, zafio y machacón, sin presentar ninguna propuesta. Su recurso al miedo y a las catástrofes resultantes de la independencia de Euskadi ha sido tan burdo, tan exagerado, que ha resultado patético.
Patxi López ha hecho una campaña especialmente pobre en la que ha volcado sus ataques contra el PNV casi en exclusiva. A falta de logros frente a la crisis en sus tres años y medio de Gobierno, se ha presentado como insumiso a los recortes de Rajoy sin que nadie se lo crea y ha pretendido capitalizar el fin de ETA, pero es demasiado evidente que el lehendakari estuvo ausente de aquel proceso.
En resumen, al PSE y al PP su campaña de perdedores les ha obligado a situarse muy lejos de un discurso de propuestas y del camino para acometerlas.
En cuanto al día después, lo que parece claro es que no se ve mayoría absoluta con ninguna suma. Según lo que se puede deducir de lo leído y oído, si el PNV gana las elecciones gobernaría en solitario y en minoría, abriendo pactos indistintamente con el resto de las formaciones para cada caso y si dan los números. Aunque no deja de ser una opción muy poco probable, cabría una coalición de Gobierno "de izquierdas", con la suma de EH Bildu, PSE y EB si logra entrar. Y si resultara excesivo un Gobierno de esas características -previsiblemente presidido por EH Bildu-, no se descarta una "mayoría de bloqueo" formada por esos mismos partidos de izquierda que impediría al PNV ejercer con normalidad funciones de gobierno.
En cualquier caso, no será fácil que se produzcan sorpresas y es probable que ni PNV y EH Bildu progresen en exceso ni que PSE y PP se hundan tanto. Euskadi, a decir verdad, tampoco ha cambiado demasiado.