Sin duda, sí, y ha de desempeñar un papel relevante en la refundación democrática que ha de llegar. Uno de los elementos institucionales que más llama la atención a cualquier observador externo de nuestro País es la coexistencia de cuatro instancias parlamentarias (el Parlamento de Gasteiz y las tres Juntas Generales de nuestros territorios históricos) proyectando su actuación sobre tan reducido espacio político. El fácil y demagógico recurso empleado desde quien ve en la crisis la oportunidad de abolir nuestro sistema de autogobierno, anclado en las raíces históricas de la foralidad, y ahora exponente de la conocida en Europa como subsidiariedad, conduce a proponer la simplificación del andamiaje institucional y eliminar lo que incorrectamente se califica como innecesarias y caras duplicidades.
Habría muchos contraargumentos frente a tal simplificador discurso. Uno de ellos es que el malestar social que genera la política, por su incapacidad para aportar soluciones a la crisis, por ser un exponente de mera táctica oportunista, rígida en sus esquemas tradicionales, ese desapego ciudadano frente a la política y sus protagonistas, no puede llevar a cuestionar el propio sistema democrático, y mucho menos el papel que los parlamentos deben jugar en la renovación de la democracia.
Pese a los demasiados supuestos conocidos y a la suma de escándalos derivados de la falta de comportamiento ejemplar por parte de muchos integrantes de la clase política, no estamos ante un problema derivado de defectos de esas personas, sino de un déficit sistémico de la propia política: vive un estancamiento casi ritual, como con temor a salirse de las fórmulas convencionales de hasta ahora.
Es imposible que la política enganche a los ciudadanos; es muy difícil que despierte interés en la sociedad una política inercial y rutinizadal. La actual desafección hacia la política y sus actores tiene una de sus principales explicaciones en esa especie de cómoda tranquilidad con que la propia política asiste a su progresiva irrelevancia.
En este contexto, ¿qué papel han de jugar nuestras instancias o sedes parlamentarias? Hay que reivindicar su papel como espacio de reflexión, abrir un espacio para las ideas, es decir, para la política conceptuada como actividad útil e inteligente. En medio de una crisis sin precedentes, y en un contexto social de enorme complejidad, la política se encuentra ante una especial obligación de aprender. El mero poder por el poder se convierte en un medio poco adecuado de gobierno social.
¿Cómo gestionar las numerosas incertidumbres que se derivan de este catártico contexto social que nos toca vivir? Pensando y proyectando su actuación en el objetivo de civilizar el futuro, de impedir su colonización por un pasado determinante y por un presente tan duro como el presente. Y para ello el papel de los parlamentos como instituciones de aprendizaje colectivo puede y debe ser clave. la innovación política que nos están exigiendo los rápidos cambios sociales debe comenzar por los parlamentos, que han de hacer frente a fenómenos como la aceleración de los procesos sociales, el impacto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación sobre el espacio público, la globalización y la crisis.
La solución pasa por una renovación que mejore la calidad del espacio público, para ajustar nuestros ideales normativos de la democracia y de la vida en sociedad a las condiciones actuales de gobierno y de funcionamiento de la sociedad.
Los parlamentos han de ser una pieza clave para avanzar hacia una democracia verdaderamente deliberativa: un lugar, nuestras Juntas Generales y nuestro Parlamento de Gasteiz, donde no solo se escucha la diversidad de opiniones, se registran los apoyos y las discrepancias, se negocia y se votan las leyes, sino también un espacio donde la sociedad configure su voluntad política. Ése es el reto para civilizar el futuro, en manos de nuestros políticos.