O la pesadilla, más bien, a juzgar por las reiteradas encuestas que desde el inicio de su mandato han venido manifestando el rechazo al lehendakari López y a su Gobierno. Se acabó el sueño para Francisco Javier López Álvarez, el portugalujo que se abrió paso en el aparato del PSE a la sombra de su padre, Lalo, histórico militante socialista y sindicalista a quien ni se le hubiera pasado por la cabeza que su hijo llegase a lehendakari. Se acabó el sueño para el que fue trepando por el escalafón durante 30 años hasta situarse como secretario de Organización de los socialistas vascos, a la vera de Nicolás Redondo Terreros. Eran los años en que el PSE abundaban las cuchilladas traperas, las camarillas y las conspiraciones internas. López se especializó en colocarse siempre en el lugar adecuado y en el momento adecuado.
Mirando los toros desde la barrera, agazapado en su secretaría de Organización, esperó a que su secretario general, Nico Redondo, se estrellara en aquella estrepitosa operación de desalojo del nacionalismo vasco de la mano de Mayor Oreja y apadrinados por el insigne Fernando Savater y, de paso, por la inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles y los hegemónicos vascos.
Y ahí comenzó a soñar Francisco López Álvarez. No le tembló el pulso a la hora de zancadillear a su secretario general, después que Ibarretxe arrasara en las elecciones de 2000 y fracasara aquel pretendido desembarco constitucionalista en Ajuria Enea. "No estaban maduras", pensó el flamante secretario general una vez tomado el poder en el PSE, pero pueden estarlo si la situación se fuerza desde el poder español.
Lo demás, ya se sabe: Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, Ley de Partidos, crispación y agitación mediática, una oposición cerril y descarnada, un censo electoral tramposo, una promesa incumplida y un pacto antinatura para lograr su sueño. Ya era lehendakari.
Ahora que el sueño se ha roto, ahora que queda a los ojos de los ciudadanos el mísero resultado de una ambición, es el momento de hacer memoria. Es el momento de retrotraernos a aquel marzo de 2009 y resucitar la foto del triunfo, por fin, del constitucionalismo, palabro que en Euskadi no deja de ser un sucedáneo del nacionalismo español. Es el momento de evocar el pacto inverosímil aplaudido hasta el éxtasis por la práctica totalidad de los medios españoles y del principal grupo de comunicación vasco. Patxi López investido de Viriato, o de Don Pelayo, o de Cid Campeador, que había devuelto a España la tierra irredenta tantos años en poder del separatismo vasco.
Ahora que la ensoñación se ha desvanecido a golpes de cruda realidad, es el momento de no olvidar aquellos primeros arrebatos de españolear cuanto antes lo vasquizado durante décadas y de arremeter a lanzazos como Don Quijote contra los molinos de viento del mapa meteorológico, la txapela de los ertzainas, la fórmula de juramento de José Antonio Agirre, los carteles, fotos y pancartas pueblo a pueblo... Un ímprobo esfuerzo por dejar claro que era el tiempo del cambio. Y mientras escuchaba arrogante los aplausos de la caverna, se le volvía el hablar esdrújulo y engominado el pelo en punta, el lehendakari López posaba glácil, etéreo, arrobado y posmoderno para la Vanity Fair con fondo de chimenea, alfombras y butacas de estilo francés. Estaba, todavía, flotando en su sueño
Ahora que toca despertar, conviene recordar las dificultades que López tuvo para reclutar candidatos competentes que accedieran a formar parte de su Gobierno, la negativa de personas solventes a participar en aquella chapuza y la entrada obligada -e ingenuamente entusiasta- de unos cuantos mediocres encantados de tocar poder. Y, ya puestos, conviene no olvidar a la legión de arribistas que fueron copando altos cargos en departamentos, entes y empresas públicas. Ahora que les toca recoger sus trastos, tomemos nota del derroche de asesores, del desembarco de polimilis reciclados con despacho oficial, de comisarios políticos vigilantes en EITB, de la revancha de resentidos y quintacolumnistas agazapados que resultaron agraciados en la generosa pedrea de cargos que disparó el gasto corriente y llevó a multiplicar por ocho la deuda pública .
Desvanecido el sueño, ahora toca hacer balance del desastre. Vanity Fair no describirá la total falta de iniciativa de su protagonista en las propuestas para salir de la crisis económica y laboral, su calamitosa ignorancia del proceso de paz que se estaba gestando, su estruendosa ausencia en los momentos clave, su nulo interés en la defensa del autogobierno, su frivolidad y su inútil estrategia de vender humo. Un desastre que estos días se viene denunciando y desgranando como argumento de campaña.
Los sueños, sueños son. Y de ahí, del sueño, no pasaron sus tres años y medio de efímero lehendakari. Solo falta que, despierto ya por el eco de las urnas, si es que le vienen mal dadas, vuelva a dedicarse de nuevo a soñar con su candidatura a la presidencia de España. Que hay osadía para eso y para más.