El libro y la tele
METER a Ana Obregón en una bañera con Corbacho, Berto y Buenafuente es una de esas ideas de bombero que debería ser descartada inmediatamente después de plantearse. Eso o darle cancha a Alaska y Vaquerizo porque son uno de los nuestros. El programa de Buenafuente cabalga entre decisiones que no le auguran mucho futuro. Uno tiene la impresión de que la semana no les cunde. Antes los monólogos de Andreu eran frescos seguramente porque se nutrían de información del día y se le podían perdonar las carencias precisamente por la inmediatez de tener uno al día. Ahora su problema a la hora de elegir semanalmente los temas es que tienen que vaticinar y, claro, entonces se les puede ir la olla.
Es lo que les ha ocurrido con el tema de la guerra contra Argentina. Ellos cerraron el caso como una premonición: esta semana la nacionalización de Repsol dará juego a nada que se la añada un par de chistes de Messi. Pero(n) no. Resulta que por aquí y fuera de los accionistas, el tema de que los argentinos recuperen su petrolera no enfada a nadie, como no enfada a nadie que el rey haga su vida con una princesa alemana y así. A la que se pudo ver ayer muy profesional fue a la otra princesa, Letizia, que ahora no se sabe si es la segunda o la tercera en la sucesión. Fue en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en el hermoso marco del Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Como en el fútbol, los príncipes sustituían a los titulares, como pasa en los partidos con los profesionales y suben a los chicos de la cantera. No se sabe si la baja era por expulsión directa, acumulación de tarjetas o abdicación. El caso es que en el día de Cervantes faltó hasta el mismísimo premiado, Nicanor Parra. Se quedó en Chile leyendo en lugar de ver la televisión.