Sin que se conozca aún cuál será el desenlace, la intención de Amaiur de constituirse en grupo parlamentario ha despertado las eternas fobias carpetovetónicas quizá un tanto moderadas tras el anuncio del cese definitivo de la actividad armada. La intención de los siete diputados electos por la coalición abertzale, en realidad, no es ninguna extravagancia ni se aleja de los usos y costumbres de la Cámara, y hasta es posible que el Tribunal Constitucional rectifique a quienes desde la Mesa del Congreso les han impedido el paso.

Desde la izquierda abertzale histórica se viene insistiendo en que estamos ante un tiempo nuevo, un ciclo histórico sin violencia en el que cualquier proyecto político es posible y respetable. Este planteamiento es compartido, con sus matices, por la mayoría de las fuerzas políticas que operan en Euskadi y hasta por destacados líderes en el conjunto del Estado. De acuerdo en que la entrada en este nuevo tiempo no puede hacerse cerrando los ojos al pasado, pero cualquier esfuerzo para superar el abismo abierto a consecuencia de la violencia, cualquier gesto que favorezca la normalización y la convivencia, sería indispensable. Esta aportación debería exigirse con mayor razón a los que por oficio, por cargo y por responsabilidad compete implicarse en la inmensa catarsis que precisa el nuevo tiempo.

Los diputados electos de Amaiur, desde que su coalición fue reconocida como legal por los tribunales, han venido cumpliendo rigurosamente cuantos preceptos les marcan las leyes y los reglamentos. Han jurado "por imperativo legal" cumplir la Constitución, han acudido a la visita al Rey de España, se han puesto sus mejores galas para presentarse dignamente como representantes de los 330.000 ciudadanos que les votaron. Han sido, también, pacientemente carne de fotógrafos y objeto de curiosidad como monos de feria. Han pretendido, de acuerdo a la jurisprudencia y a la imparcialidad, que se interprete el Reglamento del Congreso en su favor para constituirse en grupo parlamentario. Lo han hecho a sabiendas de que corrían el riesgo de ser rechazados, aunque también es cierto que ese rechazo sólo se podía deber a una inflexibilidad perversa. El PP la ha ejercido, aplicando el rodillo de su mayoría absoluta en la Mesa de la Cámara. Alguien deberá explicar por qué el PSOE y CiU se abstuvieron, en lugar de manifestar de manera ostensible y enérgica su desacuerdo con esa arbitrariedad.

La negativa del PP, además de arbitraria, hace temer una actitud nada proactiva de la derecha española en el Gobierno para apoyar el proceso de solución del conflicto vasco que ya asomaba al negarse Rajoy a recibir a los diputados nacionalistas. El haber impedido que Amaiur tenga grupo propio cuadra absolutamente con las más rancias esencias de ese PP vociferante y casposo con el que tan cómodos se identificaron los sectores de la extrema derecha nostálgica y la caverna mediática. Han sido demasiados años demonizando al nacionalismo vasco y exorcizando con anatemas a la izquierda aber-tzale, como para ponerle freno ahora desde el poder absoluto. Demasiados años en los que han campado a sus anchas los tertulianos faltones y exegetas bocachanclas, los opinadores de brocha gorda y los portavoces políticos expertos en el agravio y la difamación. Medrando, por supuesto, en cuenta corriente y mando en plaza.

Nada de tiempo nuevo. Amaiur es ETA, y Arnaldo su profeta. O Errekondo, o Antigüedad, o Cuadra, o quien sea, que les da igual, que todos son "proetarras" que se colaron en las instituciones. Como en los viejos tiempos, los de Rajoy saben que las masas les van a aplaudir y jalearán el portazo a los representantes de ETA recibidos por el rey, mira por dónde, que a dónde va a parar esta monarquía medio desguazada. De momento, queda claro que el PP no está dispuesto a virar ni un palmo el trasatlántico impulsado por la vieja inercia de que contra los etarras vale todo y que la intransigencia fanática da votos. Como si ahora los necesitasen para algo. De eso sí que sabe Rosa Díez, que pesca para el futuro en esos caladeros pidiendo la ilegalización de Amaiur, Bildu y todo lo que se mueva.

Desde su trinchera, la derecha española hace profesión de fe en su negativa al cambio. De momento, lo que procede es darles una bofetada y luego, cuando los jueces determinen lo contrario, ya veremos. El caso es dar a su gente sensación de fuerza, de ignorante coherencia, de empecinada obsesión por mantener abierto el abismo. De momento, al menos, mientras se consolidan todos sus apéndices de poder.

Por ahora, que esperen sentados el Grupo de Contacto, el Grupo de Verificación Brian Currin, Kofi Annan, los presos y todos los ciudadanos de Euskal Herria. Ahora no toca ni un gesto, ni un mínimo guiño, sino inclemencia y venganza. Luego, cuando el Tribunal Supremo diga otra cosa, ya se verá, ya se buscará otra forma de incomodar. Ganó el PP, por si no nos habíamos dado cuenta.