a las ocho de la tarde de hoy, la suerte estará echada. Nunca habrá llovido a gusto de todos, por supuesto, y probablemente las encuestas se habrán vuelto a equivocar. Pero en este caso, los errores demoscópicos habrán podido afectar a pequeña escala, a ese diputado de más o de menos que supondrá traspasar la línea del éxito o del desastre según vengan dadas. Son elecciones generales y, por lo mismo, los resultados en sí mismos van a tener consideración de brocha gorda puesto que se trata de gobernar en el Estado. Otra cosa serán las lecturas particulares, que darán pistas al estilo de elecciones primarias y con vistas a las autonómicas de 2013. Si es que los resultados de hoy no obligan a adelantarlas, que todo puede ocurrir.
Decíamos de las encuestas y sus atávicos errores. El caso es que, diputado arriba o diputado abajo, esta vez lo han tenido bastante fácil. Que se sepa, ningún sondeo en ninguna parte ni de ninguna fuente han dado otro ganador que el Partido Popular. Podrán haber variado los porcentajes y los puntos de ventaja, pero en este caso ha habido unanimidad. Sólo queda una duda, una candorosa y remota duda: cómo de rotunda vaya a ser la victoria de Mariano Rajoy.
Los medios -y los propios partidos interesados- se han empeñado más que nunca en presentar estas elecciones como una confrontación a dos: Rubalcaba-Rajoy, PSOE-PP. El bipartidismo ya no es una amenaza, sino una perversa situación política deliberadamente estable, una foto fija que acota las posibilidades de acceso al poder. Y en este trance, hay quien se pregunta quién será peor para Euskadi, Rubalcaba o Rajoy. Hay quien responde: peor que Rubalcaba o Rajoy sería la mayoría absoluta de Rubalcaba o de Rajoy.
Por esta vez vamos a hacer abstracción de lo que las encuestas nos han dejado claro, y reflexionemos sobre los efectos de una mayoría absoluta en cualquiera de los casos.
Una mayoría absoluta en las Cortes españolas, sea cual sea quien la lidere, aplicará el rodillo sin contemplaciones. De ello hemos tenido sobrada y lamentable experiencia, tanto con el PSOE como con el PP, con Felipe González o con José María Aznar.
Con una mayoría absoluta en Madrid, el interés vasco como interés diferenciado quedaría perdido, difuminado. Y para nosotros, en este momento, ese interés vasco es vital en todo lo que tuviera que ver con la salida de la crisis, con la consolidación de la paz o con las inversiones sociales.
Convertidos en invitados de piedra, el voto de quienes no apoyaron en el País Vasco a ninguna de las dos opciones hegemónicas en el Estado quedará reducido a la nada, será avasallado por el trágala que impondrá el rodillo. Desde los grandes medios de comunicación, además, se reforzará esa hegemonía hasta el punto de considerar irrelevante la presencia de las representaciones periféricas, incapaces -por fin- de condicionar la política "nacional".
Para un ciudadano vasco, el debate no es sólo quién va a manejar el rodillo. El debate es, sobre todo, procurar con su voto que se evite la mayoría absoluta para que puedan quedar representadas en las Cortes minorías con capacidad de influencia. De cara a las elecciones generales de hoy no sólo hay que dejar constar un hecho diferencial vasco, sino también un interés diferencial que pueda rentabilizar la presencia de una minoría suficiente y capaz de velar por el interés de la mayoría de los vascos.
En cualquier caso, como antes se dijo, esta vez va a ser difícil evitar la mayoría absoluta. Del PP, claro. El recuerdo de Aznar pone los pelos de punta, y hay quienes se apresuran a asegurar que Mariano Rajoy es otra cosa, que es un hombre dialogante, que su gesto pretendidamente risueño nada tiene que ver con el ceño fruncido de su antecesor. Cuando hoy gane las elecciones, si las gana, podremos escucharle el anuncio de su disposición a los acuerdos, lo de contar con todos, lo de la mano tendida y el esfuerzo común. Luego, más pronto que tarde, comprobaremos que no es así. Que el manejo del rodillo es tentación insuperable para quien las urnas le otorgaron mayoría absoluta, y que esa condición de total superioridad sin duda le incitará al celtibérico "ahora se van a enterar".
Hoy comprobaremos si acertaron las encuestas, y si lo de la mayoría absoluta estaba tan claro. Si así fuera, no es demasiado esperanzadora la doctrina mantenida por el PP sobre el conflicto vasco durante todos estos años. Su negativa a participar, colaborar o asomarse siquiera al proceso que llevó a ETA a abandonar las armas, su instrumentalización partidista de las víctimas del terrorismo, su beligerancia contra todo asomo de diálogo, presagian serias dificultades para la normalización política y la reconciliación. Su rígido centralismo no anuncia serios esfuerzos por tratar la crisis económica y laboral que devasta este país, mediante fórmulas diferenciadas y adecuadas a las peculiaridades específicas de Euskal Herria.