la semana comenzó con el debate televisivo entre los candidatos Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy, un debate magnificado por los poderes mediáticos empecinados en consagrar el bipartidismo como fórmula de gobernabilidad en el Estado español. ¿Quién ganó? ¿Rubalcaba? ¿Rajoy? Cada medio, según su adscripción ideológica, proclamó vencedor y vencido al suyo, y cada uno de los dos partidos celebró el triunfo de su líder sin que ninguna justificación objetiva dejase claro el desenlace. Lo que sí quedó claro es que ni Rubalcaba ni Rajoy hicieron alusión alguna a Euskadi. Ni siquiera nombraron a este país en dos horas de debate, el más importante debate de la campaña, según los oráculos.

Acostumbrados como estábamos a que este tipo de debates se iniciasen con el conflicto vasco, por supuesto reducido al terrorismo, resultó clarificador que la ausencia activa de ETA haya dejado al PSOE y al PP sin discurso referente a Euskadi y sin posibilidad de arañar votos a cuenta de quién es más intolerante e implacable con el irredentismo vasco. Queda claro que para los dos partidos, a falta de ETA, la preocupación por el País Vasco queda reducida a la nada. Peor aún, esta obsesión por el bipartidismo borrará a Euskadi de la agenda de las prioridades y las inquietudes de PSOE y PP, puesto que aquí no controlan el poder real por más que se hayan unido para gobernar contra el abertzalismo.

Si sumamos esta imposición bipartidista a las reglas del juego establecidas que depositan "la voluntad popular" del conjunto del Estado en la mayoría de los representantes en las Cortes, la primera tentación sería no participar. Tentación, por cierto, en la que cayó repetidas veces Herri Batasuna sin más provecho que el puro testimonialismo y la marginalidad. Por más que provocase el aplauso entusiasta e irreflexivo de sus más fanáticos partidarios, la ausencia de electos de la izquierda abertzale en las Cortes no suponía la defensa de Euskadi, sino que acentuaba su aislamiento.

Por puro pragmatismo -que suele ser fundamental en política-, interesa lograr una representación potente de electos en defensa de Euskadi, una representación que rompa la dinámica centralizadora aprovechando su peso en votos, en el caso de no producirse una mayoría absoluta. O, de no evitarse esa mayoría, una representación que defienda los derechos de los vascos con un trabajo tenaz, hábil y competente agotando todas las posibilidades que ofrezca la tarea parlamentaria.

Bildu, cuando todavía no era Amaiur, propuso al PNV y a Aralar "ir juntos a Madrid", en candidatura única para defender el derecho a decidir de los vascos. Excelente y lógica iniciativa, de no ser porque la izquierda abertzale oficial, hegemónica en Bildu, mantiene en su programa estratégico desplazar al PNV de su hegemonía y desmantelar a Aralar y a Nafarroa Bai. En ello está, y ha logrado ya neutralizar a NaBai y llevarse al huerto -o al suicidio- a Aralar, mientras intensifica sus esfuerzos para desplazar al PNV que, por supuesto, no entró al trapo de esa imposible alianza. Son dos concepciones del país completamente diferentes. La apelación a la unidad, efímera, por cierto, no pasó de fuego de artificio, a sumar al capital electoralista atesorado por el anuncio del fin de la lucha armada de ETA y las solemnes, espectaculares circunstancias que lo precedieron.

Hay, por tanto, que ir a Madrid a defender los intereses de Euskadi. Hay que ir, a sabiendas de que en esta ocasión habrá que hacerlo muy probablemente con el viento en contra de una mayoría absoluta de la derecha española, una derecha que hasta ahora no ha estado dispuesta a reconocer al País Vasco como sujeto político, ni de lejos. Hay que ir a Madrid, asumiendo que esa defensa tendrá que ser ejercida desde las dos almas del abertzalismo, representadas por Amaiur y PNV para la CAV, por Amaiur y Geroa Bai para Navarra.

Y para quienes creen que el mundo comienza el 21 de noviembre de 2011, será necesario aclarar que la soberanía y el derecho de los vascos a decidir su futuro ya se reivindicaron en las Cortes españolas en 2005 y 2008 por el lehendakari Juan José Ibarretxe, que cumplió así el mandato del Parlamento Vasco. Se le respondió con un portazo, pero su partido continuó trabajando en las Cortes en defensa de Euskadi unas veces con más fortuna que otras. Algo habrá hecho bien, cuando las encuestas identifican a ese partido como el mejor defensor de los derechos de los vascos.

La otra alma del abertzalismo, Amaiur, se ha comprometido a defender en Madrid un proyecto "sustentado en el reconocimiento a decidir su futuro de la sociedad vasca, y en la voluntad libre y democrática de la sociedad vasca". Es previsible la respuesta de la mayoría de los representantes de la voluntad española. Lo que no es previsible es qué va a hacer Amaiur tras el portazo: si decide no volver al hemiciclo, o volver esporádicamente, o ejercer de permanente mosca cojonera sin más provecho que el entusiasta aplauso de las bases autóctonas distantes, o en defensa de Euskadi quedarse a trabajar en la dura, ingrata y más que discreta tarea del día a día parlamentario.