En marzo de 2006 Elkarri anunciaba su disolución, para alivio de unos y desencanto de otros. Fueron trece años de empeño tenaz por promover la no violencia con base en los derechos humanos, al diálogo plural sin exclusiones y al entendimiento democrático entre diferentes. Trece años de esfuerzo insistente y sobrehumano por acabar con décadas de violencia mediante el diálogo y el acuerdo. No hace falta un extraordinario esfuerzo de memoria para recordar las paletadas de agravio, incomprensión y difamación que en aquellos años de plomo cayeron sobre la coordinadora y sus representantes, objeto de infamia por parte de los dirigentes políticos españoles y sus apéndices mediáticos y al mismo tiempo objeto de amenaza e intimidación por parte del sector más fanático del MLNV.
Eran aquellos tiempos duros, en los que hablar de procesos de paz era utopía y esperanza vana una y otra vez laminada por la intransigencia y la rentabilidad política a corto plazo. En ese contexto y prácticamente sin solución de continuidad, Lokarri tomó el relevo de Elkarri, con la mochila ya cargada de conocimientos, contactos y metodologías para afrontar una nueva etapa que desembocase en un proceso de paz. Era marzo de 2006, y Lokarri comenzó su travesía del desierto justo cuando ETA anunciaba un alto el fuego y se abría un proceso de negociación entre partidos que saltaría por los aires el 30 de diciembre de 2006 con la bomba en la T-4.
La andadura inicial de Lokarri fue difícil, primero por verse lógicamente desplazado del proceso de Loiola y después por haber ejercido su actividad en el áspero paréntesis de frustración que siguió al terrible atentado de Barajas. Y es que cuando ni siquiera alcanzan ese nombre, los procesos de paz no son atractivos. Son un incordio, un marrón, del que nadie quiere saber nada, nadie quiere arriesgar nada, nadie quiere invertir nada. En los años de bloqueo y de plomo en los que ha tenido que moverse Lokarri desde que se constituyera el 12 de marzo de 2006, no era fácil encontrar mediadores. Luego, cuando el proceso de paz entró en su recta final, es entonces cuando proliferan los facilitadotes como estamos teniendo oportunidad de comprobar en el tiempo presente.
Sin ánimo de reproche, bienvenidos sean los mediadores. Se les agradece y valora su aportación. Pero es de justicia que se reconozca a quienes han estado a las duras y a las maduras, a las gentes de este país que han bregado intensamente, en paciente soledad, para ir abriendo un camino útil de salida a la violencia. Es muy probable que estos ciudadanos no solamente no se llevarán las medallas sino que ni siquiera harán nada especial por llevárselas. Aún así, la sociedad vasca tiene con esas personas un deber de reconocimiento y merecen ser nombradas.
Lokarri representa a día de hoy ese esfuerzo en la sombra -más bien en la tiniebla de la incomprensión y la indiferencia-. Desde que tomó el relevo de Elkarri lleva más de cinco años trabajando para que la paz en Euskadi sea algo más que una utopía y en este momento estemos ya tocándola con la punta de los dedos. Los responsables de Lokarri, como sus antecesores de Elkarri, aguantaron con entereza el carácter de denostados y menospreciados al que les condenaba el contexto, pero continuaron insistiendo. Y hoy se puede afirmar que en estos dos últimos años Lokarri ha sido pieza clave en todo el engranaje de mediación y facilitación internacional que caracteriza la actualidad. El que personalidades internacionales de la envergadura de los que mañana participarán en la Conferencia para la resolución del conflicto vasco hayan accedido a sumarse a este evento, dice mucho del prestigio, el respeto, la capacidad de convocatoria y el buen hacer de Lokarri.
El trabajo de esta red ciudadana ha estado caracterizado por la paciencia, la valentía, la discreción y el pragmatismo. No han perdido la templanza ni la perseverancia para consolidar día a día los difíciles, frágiles compromisos obtenidos. No han perdido la valentía para hablar claro, a veces emplazando a ETA y otras veces al Gobierno y a los partidos políticos. No han perdido el norte en busca de notoriedad y protagonismo, sino que, por el contrario, han preferido permanecer en segundo plano para, facilitándoles el camino, permitir a otros el papel de actores. No han perdido de vista el principio de realidad para centrarse cada día en lo más necesario para sacar adelante el proceso de paz.
A Elkarri primero y ahora a Lokarri, como movimientos sociales, han que reconocerles y agradecerles que hayan representado una trayectoria valiosa e innovadora para lograr una Euskal Herria en paz.