el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha comenzado el lento pero inevitable tránsito de reuniones, informes y gestiones diplomáticas orientadas a debatir y decidir sobre la petición de Palestina para ser admitido como Estado miembro de pleno derecho y convertirse así en el 194 Estado de la ONU.
Son necesarios 9 votos dentro de los 15 miembros de dicho consejo, y a su vez es necesario que ninguno de los Estados con derecho a veto ejerza esta prerrogativa. EEUU (Obama) trata de evitar tener que "retratarse" ante la comunidad internacional y en particular sabe que materializar el derecho de veto dificultaría aun más las complejas relaciones de América con el mundo árabe. Por eso ha puesto la maquinaria diplomática y de presión a funcionar.
Por otra parte, Turquía, directo aliado palestino, juega sus bazas como nueva potencia regional en la zona.
Y entre tanto Israel contribuye poco a crear un clima de negociación bilateral exitoso, ya que ha aprobado esta misma semana construir un nuevo asentamiento de 1100 viviendas en zonas ocupadas de Jerusalén. Demasiadas veces ya la inadmisible (y sin embargo tolerada a nivel internacional) demostración de prepotencia del Gobierno de Israel, que se burla de la legalidad internacional y cuenta con la elocuente complacencia de EEUU y de la propia UE ha bloqueado un proceso de negociación.
Nos manejamos a nivel mediático en la fácil demonización de toda corriente islamista, definida a priori como movimiento terrorista por naturaleza.
Cabe recordar, en primer lugar, que el Estado judío no es el Estado de todos sus ciudadanos: existen palestinos de Israel y palestinos de los territorios ocupados.
Desde su creación, con la preeminencia absoluta de los valores judíos y sionistas, Israel ha considerado a los árabes desleales a su proyecto, y de hecho, por ejemplo, les ha excluido del servicio militar obligatorio.
El agotamiento y la fatiga israelí y palestina ante el conflicto más largo de la historia contemporánea no dejan, sin embargo, espacio para la paz, y la congelación o hibernación de sucesivos y fracasados planes de paz (tecnocráticamente denominados como hojas de ruta), solo ha servido para consolidar el ilegal plan de ocupación progresiva de los territorios palestinos.
El vergonzante muro de Cisjordania ofrece otra muestra de la prepotencia de Israel, desafiando incluso a la Corte Internacional de La Haya, que decretó su ilegalidad y ordenó su destrucción. Esa brutal muralla separa más de lo que supuestamente protege, y aporta una ilusoria sensación de poderío y de seguridad, pero en realidad demora la verdadera solución del conflicto y dificulta el diálogo, además de ahogar la endeble economía palestina, autárquica y dependiente y sumar a las vejaciones continuas de la población árabe el peso de la pobreza. Es el momento de exigir la renuncia a la leyenda del Gran Israel, de evitar la injusticia de hacer pagar a los pueblos árabes el crimen contra la humanidad que fue el holocausto, perpetrado, por cierto, en nombre de una fascista ideología europea. La política de ocupación israelí ha generado un antisemitismo generalizado en la población árabe. Y el problema israel-palestino es un problema colonial, y no una cuestión religiosa que oponga a musulmanes frente a judíos.
Hay que superar las falsas e injustas simetrías, que critican por igual desde la cómoda equidistancia a Netanyahu y a Hamás. No cabe poner en el mismo plano a agresor y agredido, y afirmar de forma retórica que en el fondo debe ser comprendida la reacción de Israel, tras el riesgo permanente que supone la presencia activa de Hamás. Si seguimos este rumbo dialéctico, ¿qué cabría decir de la reacción árabe, tras la creación en 1948 de Israel y su voraz e insaciable pretensión de anexionarse por la fuerza nuevos territorios?
El resultado es toda una generación árabe traumatizada por la derrota y que se ha volcado en la religión, generando la emergencia de movimientos islamistas, auspiciados en un primer momento por el propio Estado de Israel, como una forma de minar la influencia social y política de la Autoridad Palestina.
La población árabe perdió su territorio y su dignidad, generando un fortísimo sentimiento de humillación y un terrible naufragio de Palestina, ante la permisividad pasiva de la comunidad internacional. Ésa es la fuerza global y la carga simbólica del conflicto colonial más largo e irresuelto de la historia contemporánea, que ha generado casi seis millones de refugiados palestinos y que es la muestra más evidente de la diferente vara de medir que impone la Real Politik en las relaciones internacionales. Ojalá por fin llegue la paz definitiva, que solo puede venir de la mano del reconocimiento recíproco de ambos Estados y sus fronteras.