DE ser cierto, y no hay por qué prejuzgar que no lo sea, lo declarado por Arnaldo Otegi ante la jueza Ángela Murillo en la vista del denominado caso Bateragune, hay que reconocer que se ha producido un cambio radical en la estrategia de la izquierda abertzale histórica. Estaríamos ante la confirmación de algunos indicios que se intuían, pero que aún no se habían corroborado de forma solemne y pública.

Asegura Otegi que, tras la atrocidad de la T-4, se abre en la izquierda abertzale un debate cuyo punto fundamental es la compatibilidad o incompatibilidad de simultanear la lucha armada de ETA con la acumulación de fuerzas soberanistas que desde tiempo atrás venía proponiéndose y urgiéndose en el seno del MLNV. Por sus declaraciones, sabemos ahora que Otegi y los dirigentes que tras la T-4 lideraron aquel debate reconocieron inequívocamente que eran incompatibles y que el cese de la lucha armada debía ser definitivo e irreversible.

Al menos en el terreno de las declaraciones, no parece que sean realistas mayores exigencias.

Pero lo que Otegi reconoció y proclamó públicamente ha abierto una sombra de incertidumbre sobre lo que realmente esté ocurriendo en el seno de ETA, incertidumbre que afecta también al proceso abierto durante los próximos meses. Porque en el caso de que ETA siga manteniendo que su actividad armada sí es compatible con la acumulación de fuerzas soberanistas, cabría preguntarse hasta qué punto puede poner en práctica su convicción de que pueden simultanearse ambas dinámicas. Cabría preguntarse, también, si está definitivamente descartada la vuelta a las andadas porque todavía ETA no se ha pronunciado.

Muy probablemente, la izquierda abertzale civil no está en condiciones de responder de manera inequívoca a estas preguntas. Y si esta incertidumbre no se clarifica, afecta de manera directa a la confianza en el proceso liderado por Otegi y sus compañeros, así como a la forma de ser percibido por la sociedad vasca.

Es hora de que se clarifique esta inseguridad, y le toca hablar a ETA. No son necesarias muchas palabras, ni muchos gestos. Para empezar, basta con expresar el compromiso definitivo e irreversible de su renuncia a alterar o condicionar con la violencia el proceso político abierto por la izquierda abertzale civil.

Sería también muy significativo que ETA se manifieste a favor de que las personas que integran el denominado Colectivo de Presos Políticos Vascos puedan suscribir personal y colectivamente los mismos compromisos que firmó Sortu y han firmado los candidatos de Bildu frente al uso de la violencia para lograr fines políticos. Que les permita sin coacciones firmar ese compromiso y así puedan acceder a los beneficios penitenciarios que legalmente les corresponden.

A ETA hay que exigirle que haga sus deberes con palabras claras y hechos inequívocos. Palabras y hechos que se pueden concretar en la respuesta afirmativa a las dos preguntas claves: ¿Renuncia ETA definitivamente al uso de la lucha armada? ¿Está ETA de acuerdo en que los integrantes del Colectivo de Presos Políticos Vascos que lo deseen suscriban personalmente esa misma renuncia?

Después de las declaraciones de Arnaldo Otegi, a la izquierda aber-tzale histórica no se le puede pedir más claridad respecto a la incompatibilidad de la actividad política con la actividad armada. Pero hay que reconocer también que tienen un serio problema mientras ETA no hable claro.

La falta de claridad sobre lo que ETA piensa, sobre lo que planea, sobre lo que decida sobre su lucha armada, deja en el aire una terrible duda que no permite descartar la hipótesis de una vuelta a las armas o, quizá más real, la posibilidad de una escisión.

Y ante esa incertidumbre, mientras ETA no cumpla el más apremiante de sus deberes, nos encontraríamos ante un paso audaz, valiente incluso, del colectivo humano liderado entre otros por Otegi y que derivó en la creación de Sortu. Un paso relevante hoy protagonizado por Sortu y Bildu. Pero como ETA no ha tomado aún su decisión definitiva y no permite descartar definitivamente una vuelta a las andadas, ese paso de la izquierda abertzale oficial ya no podría calificarse de histórico con toda propiedad, porque hace ya más de diez años que otro colectivo lo dio y conceptualmente no se diferencian uno del otro.