Acaba de finalizar el proceso electoral con una televisiva noche de verdad democrática que las cadenas han enfrentado con poderosos recursos tecnológicos y similares guiones narrativos que con mayor o menor acierto han ofrecido como producto estrella en la noche de los sustos y las alegrías, según haya ido la captura de votos para las fuerzas combatientes. Las noches electorales en televisión es una muestra de recursos conocidos, de establecidos pasos en la narración de la noche más importante para los políticos/as en liza y de situaciones sabidas que quiebran la frescura y actualidad de un producto en directo, con los protagonistas y sus circunstancias y que suena a alcanfor y esquema periodístico déjà vu.

Las cadenas se empeñan en alargar el programa con dos o tres horas antes de que arranque el escrutinio, en jugar a rizar al rizo de las declaraciones de los contendientes sobre datos no reales, por mucho que hayan sido recogidos a la salida de los colegios. Estar dando la matraca sobre datos de encuestas cuando las urnas están preñadas de papeletas que se han comenzado a escrutar a la ocho de la tarde y pasarán horas hasta que la autoridad gubernativa empiece a dar cifras del escrutinio.

Hacia las diez de la noche, debieran de comenzar las cadenas su programación con resultados electorales oficiales, jugando con progresivas cifras reales que construirán el gran titular de la noche que no es otro que saber quién ha ganado y quién se ha roto la crisma. Así de simple y elemental; por ello, se me ocultan las razones por las que los programadores se dedican a construir información con pies de barro, que desgraciadamente suele descacharrarse y dejar con el culo al aire a los vaticinadores. Una desgraciada noche de rutinas habituales desde el punto de vista de la narración informativa. Necesitamos un cambio urgente.