EL mayor fenómeno comunicativo en el paso del siglo XX al XXI es el desarrollo y asentamiento de Internet, como medio de relacionar a millones de personas a través de telefonía de banda ancha. Los efectos sociales, políticos y económicos de este sistema de relación, información y comunicación personal abierto a millones de personas en el mismo instante. La forma tradicional de comunicación de masas es el periodismo que basa en tres elementos el proceso informativo: credibilidad de las fuentes, contraste de la información y veracidad de los contenidos. En el caso de Internet estas tres patas se tambalean e introducen en el sistema elementos de confusión, error y, en ocasiones, mentira. La última mentira de Internet ha sido el anuncio de la muerte del periodista Manu Leguineche, que afronta una dura enfermedad en Brihuega pero que de momento, afortunadamente, no ha dado su último respiro. La velocidad de Twitter divulgó una falsedad como la copa de un pino, el óbito del mayor reportero español de todos los tiempos, y demostró que la red no dispone de elementos de verificación.

La enorme paradoja del hecho es que quien defendió el periodismo decente y presencial de cámara en ristre, bloc y boli enfrentado a una guerra como enviado especial, conoció todas las del mundo contemporáneo, se ha visto sometido a la indecencia y falsedad de un mecanismo, donde uno cuelga lo que le viene en gana y a partir de subir un contenido, la bola del engaño puede multiplicarse por mil cada segundo. La familia ha padecido esta patraña, y no es la primera, de anunciarse algo que no ha ocurrido. Por ello, Internet tiene mucho que ver con la comunicación pero, de momento, poco con el periodismo, la información y la verdad. La desinformación, mentira o engaño se pueden colar fácilmente en la red. A Manu Leguineche lo mataron en el universo digital.