Ante la proximidad de una nueva y trascendental cita electoral, porque marcará tendencia a futuro, y en el contexto de un Aberri Eguna marcado por la crisis, por las ansias sociales en torno al fin de ciclo de la violencia de ETA y por la compleja maraña de acuerdos estratégicos a nivel político, recobra actualidad el concepto de frentes o acumulación de fuerzas. Algunos se fundamentan en acuerdos programáticos o de bases, como el suscribieron, cuando se iniciaba esta legislatura de transición, el PSE y el PP, al que se une ahora el acuerdo estratégico entre fuerzas políticas independentistas.

En ambos casos los firmantes reafirman de inicio sus posturas de partida, reconociendo, como lo hace el pacto entre EA, Alternatiba y el conglomerado de la izquierda abertzale, que proceden de tradiciones, experiencias y actuaciones políticas heterogéneas. En ambos supuestos se superan tales divergencias en pro de un objetivo coyuntural (lograr formalmente el gobierno de Euskadi), o estructural (la creación de un Estado Vasco).

El frentismo, tan denostado como practicado por parte del Gobierno de Patxi López está exacerbando las discrepancias políticas y sociales, está radicalizando el discurso político y está cerrando las vías de acuerdo transversal que necesita Euskadi para avanzar social y políticamente. Y la arbitrariedad de ciertas decisiones judiciales, orientadas políticamente bajo la supuesta "razón de Estado" minan la credibilidad ciudadana y la confianza en el tan cacareado Estado de Derecho.

Parecen correr tiempos de cambio en la política vasca y todas las organizaciones políticas comienzan su proceso de reflexión para resituarse o reubicarse tras la temporal llegada al poder de los socialistas y ante el deseado y esperado escenario del fin de ETA. En este contexto hay que reivindicar, más que nunca, y por encima de los obstáculos que interesadamente siguen apareciendo en el horizonte, la necesidad de avanzar, sin sectarismo ni complejos, hacia la consolidación de la nación vasca, que no es una entelequia política ni una utopía inalcanzable, sino el horizonte en el que se articulan todas las esperanzas de la sociedad vasca.

El reto es construirla no frente a nadie ni contra nadie, sino como espacio de encuentro, de solidaridad, como promesa para los más débiles, como lugar de reconciliación, como espacio de integración para todos (también para los inmigrantes), como lugar para hacer realidad el reto de la paz definitiva y la convivencia plural.

Y en este contexto catártico solo es posible vertebrar el país social y políticamente si se fortalece sin complejos el perfil ideológico nacionalista y a la vez se trabaja por la consecución de pactos políticos y sociales transversales y transformadores.

La inmensa mayoría del pueblo vasco repudia y rechaza a ETA y su barbarie como instrumento de acción política. Y en contextos de continuidad como el que vivimos la superación del vigente estatus político solo puede alcanzarse a través de un proceso político y social respetuoso con las reglas de juego vigentes y que logre una amplia mayoría popular de apoyo. ETA carece de base social para generar esa discontinuidad política. Lo sabe. Ésa es su máxima debilidad.

El futuro de Euskadi como nación deberá plantearse en el contexto de una Unión Europea en construcción y en la doble dinámica globalización-reafirmación identitaria, para aportar así elementos de construcción y no de enquistamiento en el largo y contaminado debate sobre nuestra inserción como entidad territorial en un mundo globalizado. Tener aspiraciones (individuales o colectivas) no es tener per se derechos. Creemos, con demasiada frecuencia, que es un valor positivo jugar en clave de país al todo o nada. Aspirar lícitamente a la independencia y no admitir la necesidad de avanzar pautadamente conduce finalmente al inmovilismo en las aspiraciones políticas. La era del populismo debe dejar paso al trabajo de verdad a favor de la construcción nacional, de mayores cotas de autogobierno. Lo contrario es huir del necesario realismo político. Y es perfectamente compatible con el fortalecimiento de nuestra ilusión colectiva: un proyecto político de futuro como pueblo, como nación, con el que aspirar a un nuevo esquema de desarrollo nacional en el entorno europeo con mayores y más efectivas cotas de autogobierno, buscando alcanzar el máximo consenso social posible.