Mañana, tras la jornada del Aberri Eguna, los medios de comunicación volverán a destacar lo de "una vez más", la desunión ha sido la nota más destacada. Una afirmación cierta, a juzgar por la multiplicidad de convocatorias que para hoy se han hecho desde las distintas sensibilidades del nacionalismo vasco. Y ello es consecuencia de la fragmentación real de ese sector, por otra parte mayoritario, de la ciudadanía vasca.
Aberri Eguna es una fecha a celebrar sólo por quienes sienten a Euskal Herria como su patria, y esa dispersión de convocatorias nos obliga a reconocer -y a lamentar- que es incuestionable en este pequeño país el melancólico aforismo de "pocos y mal avenidos" aplicado al mundo abertzale. En los tiempos recientes demasiadas veces, por desgracia, ha habido que soportar las embestidas mediáticas que señalaban con el dedo al nacionalismo vasco como culpable de una fractura social en la que los perjudicados eran los constitucionalistas, por evitar así cualquier interpretación peyorativa de españolistas.
Pues bien, esa imagen de sociedad fracturada, de ser cierta, sería más pertinente aplicarla al ámbito nacionalista vasco. Los proyectos enfrentados del sector sociopolítico abertzale han provocado el desgarro en familias, vecinos, cuadrillas, clubs deportivos o sociedades gastronómicas, es decir, en las más cotidianas expresiones de la convivencia. Esta fractura, ciertamente, ha tenido más o menos intensidad en su desgarro según lo han ido imponiendo los impulsos políticos derivados del acontecer histórico. O, quizá más propiamente, derivados de los sucesos tantas veces convulsos que ha vivido este pueblo. Contrasta, lamentablemente, esta dispersión de fuerzas abertzales con la solidez casi provocadora de la que hacen gala PSE y PP en su pacto de hierro frente al nacionalismo vasco. Un pacto incoherente pero consistente
Volviendo al Aberri Eguna, los nostálgicos de las convocatorias unitarias deberían tener presente esta cruda realidad para reflexionar sobre la accidentada historia de esta fecha. No estaría de más echar una mirada atrás para tomar nota de las vicisitudes históricas por las que esa celebración ha transcurrido desde que en 1932 el Partido Nacionalista Vasco la instituyera por primera vez.
Proscrito durante el franquismo, hasta 1975 el Aberri Eguna fue una arriesgada, casi épica, reivindicación convocada cada año por el PNV hasta que en 1966 ETA quiebra esta cita unitaria llamando a concentrarse en Irun y Hendaia mientras el PNV lo hacía en Gasteiz. Por primera vez se experimentó en la calle la inquietud de la desunión por parte de muchos de los ciudadanos que en un lugar o en otro se arriesgaron a reivindicar su patria. Los años siguientes, hasta que muere Franco, las citas fueron eclécticas, a veces unidos, a veces no, pero ya sobrevolando un presagio de división.
En la transición, el Aberri Eguna adquiere un sentido más amplio, añadiendo a la reivindicación de Euskadi como nación la de las libertades democráticas y a partir de 1977 se logra una convocatoria unitaria en la que participan también los partidos de obediencia estatal.
La concurrencia de estos partidos a una fiesta de carácter abertzale, por supuesto, tenía una intención táctica: presionar para recuperar las libertades democráticas. Esa misma presión reivindicativa impulsó en 1978 a que los líderes que hoy se autodefinen constitucionalistas sostuviesen la pancarta reclamando la autodeterminación para Euskadi.
El año siguiente, 1979, es el último en el que el PSOE convoca al Aberri Eguna. No lo volvería a hacer hasta 1993, y de forma efímera, tras su fusión con Euskadiko Ezkerra. En realidad, no tiene mucho sentido que formaciones políticas que no sienten a Euskal Herria como su patria adquieran el compromiso de convocar o sumarse a una reivindicación en la que no creen.
El día de Aberri Eguna debería celebrarse con naturalidad, unidad y respeto. Naturalidad por un sentimiento interiorizado, arraigado y necesario. Con unidad entre los abertzales, porque ese sentimiento es multitudinariamente compartido. Con respeto hacia quienes no participan de ese sentimiento, porque se defiende un concepto de patria no exclusivista ni xenófobo.
Y hablando de respeto, ya es hora de que los nacionalistas españoles que viven en Euskadi muestren en esta fecha al menos la misma consideración que sus homólogos catalanes manifiestan en la Diada de Catalunya, jornada que tanto PSC como PP valoran como propia. Aquí sería una gran noticia que, por respeto, incluso participasen de alguna manera en los actos programados. Como también que los abertzales expresasen sin intransigencias ni totalitarismos ese sentimiento de Euskal Herria como patria común de los vascos.