Recuerda a una canción de Chimo Bayo, pero no lo es: burka sí, burka no. Varios partidos han prohibido el burka en las calles, medida que ha puesto muy cachonda a la derecha cruzada y ha pillado a la izquierda en fuera de juego, donde suele estar cuando hablamos del rollo multicultural. Al parecer no hay problemas suficientes, así que esos lúcidos parlamentarios han hecho caso a sus intelectuales de guardia y han decidido votar sobre lo que en España no existe, sin duda la mejor manera de asegurar su existencia.
Seamos sinceros: ¿alguien de ustedes, alguno de esos prohibicionistas, ha visto una sola vez en su barrio el horrible saco que obliga a las mujeres a ver el mundo como los hombres veían el porno en el Canal Plus, a rayas, malamente? Montserrat Nebrera, ex diputada del PP, ha pasado a la acción mediática y se ha paseado arrastrando la prenda, y quizás haya sido la única ocasión en que los barceloneses hayan visto un burka en su vida. Y, de paso, la única ocasión en que su oportunista portadora ha estado en contacto con algo sobre lo que le encantaría legislar.
El Estado sólo puede meter el hocico en conflictos estéticos que afecten a la seguridad general o la mutante moral pública. Y, por supuesto, debe defender a las chicas forzadas, y para ello buscar pruebas y juzgar los hechos, tal como se hace con cualquier delito. La prohibición del burka, donde no hay burkas, es una sectaria muestra de irresponsabilidad, una provocación para quien no necesita nada para sentirse provocado. Y la política es un juguete que en ciertas manos puede ser una bomba.
El Sha de Persia censuró el uso del velo. Cuenta Marjane Satrapi, dibujante de cómics y autora de Persépolis, que su abuela vio a unos soldados exigiendo a unas lavanderas que se quitasen el pañuelo, y que ellas entonces se cubrieron la cabeza con las faldas. De modo que dejaron al aire "zonas más importantes". Es lo que tiene tomar iniciativas extremas, que quien las sufre se pone farruco y a ver quién es más chulo.