Toda mi infancia soñando con quedarme miope para que me tuvieran que poner gafas y tener pinta de intelectual y finalmente sucedió. Una mañana me dije: este dolor de cabeza no puede ser resaca y ese bulto de enfrente quizá sea mamá. En la óptica confirmaron el diagnóstico: ves menos que un pichón por el culo. Que noooo, que tampoco es para tanto. Tienes 2 en un ojo y 1,5 en el otro. Es miopía por vista cansada. ¿Lees mucho?, me preguntó. "Muchísimo -contesté, haciéndome el interesante-. No me pierdo un número de El Jueves desde el 82". Era verdad, soy de la generación cuya principal influencia filosófica -en mi caso única- es El Profesor Cojonciano, un sabio que está a la altura -o por encima- de Habermas, Lèvi-Strauss, Althusser y todos esos de los que tanto hablan los intelectuales y que sólo han leído ellos y tres más. Para mí el mayor filósofo de finales del siglo XX y principios del XXI se llama Óscar Nebreda y no exagero un pelo. A lo que iba, las gafas. Llevo quince años con ellas, porque, como soy de ojo seco, el par de veces que he intentado usar lentillas sufría más que Malcom McDowell en La Naranja Mecánica. Como ya saben que soy un obseso de la moda, las tendencias y la estética, no les extrañará si les digo que he tenido dos pares de gafas en estos quince años: unas del 94 a 2003 y otras desde entonces. Incluso tengo unas de repuesto idénticas a las que llevo. En la óptica no daban crédito. Bueno, qué le voy a hacer. El que no daba crédito era yo cuando hace poco fui porque veía mal y me dijeron: estás recuperando visión, le pasa a poca gente pero le pasa. Lo mismo terminas viendo bien sin gafas. Es cierto, estoy sufriendo una regresión. Creo que es un castigo por llevar más de un año sin comprar El Jueves. Bajo ahora mismo al quiosco. Que se joda Ramoncín.