Toros, osos, ballenas, tiburones, cisnes negros... Hace tiempo que la fauna se introdujo en los mercados bursátiles. Las criptomonedas nacieron con el propósito de descentralizar el mercado, utilizando el blockchain (cadena de bloques) para registrar transacciones sin intermediarios. Eso enfureció al sector financiero al no poder llevarse comisión de cada transacción. Las grandes subidas porcentuales nunca vistas hasta entonces engancharon a la juventud, pero la mayoría llegó tarde. Era un sistema revolucionario que no se movía al ritmo de tendencias en Wall Street. Por una vez podríamos tomar las riendas de nuestra propia economía. ¿Qué ha pasado? Que después de años poniendo palos en las ruedas para hundir este mercado, al ver que la capitalización de criptoactivos se disparaba, la banca y los gobiernos dijeron: “Yo tengo que sacar tajada de todo esto”. Y así fue como se acabó el chollo. Las grandes ballenas aún siguen controlando el mercado aunque ahora hayan fiscalizado sus rendimientos. El joven inversor a “holdear” y esperar que pase la histeria vendedora (que hay que venir llorados de casa). El futuro cripto es una moneda al aire, nadie lo sabe con certeza, hay analistas para todos los gustos. ¿Que todo el mercado se basa en un esquema Ponzi? Puede ser, pero no más que fabricar miles de millones por la Reserva Federal de Estados Unidos o el BCE, para hacer frente a la pandemia o financiar la guerra en Ucrania. ¿Ese dinero fabricado de dónde sale? ¿Se respaldarán con chocolatinas en forma de lingotes?