Hasta este año, parte del encanto del SSIFF se podía atribuir a la proximidad física entre los donostiarras y las rutilantes estrellas que animan el festival. La dimensión de la ciudad y su decorado principal lo hacían posible, proyectando una imagen amigable y acogedora. En esta edición, una sucesión de vallas impiden aproximarse a la alfombra roja. Ni siquiera es fácil ver a quien transita por ella. Curiosamente, esta situación coincide con la apertura del ocio nocturno. Las barreras, ya sean físicas, policiales o legales, han sido adoptadas como principal herramienta de gestión socio-política. La creciente incorporación de vallas en los espacios comunes transmite la sensación de sociedad estabulada circulando por pasillos de sentido único.