A pesar de la pandemia, vemos que continuamos inmersos en un avance desaforado del turismo, respaldado por una línea de actividad municipal desarrollada a espaldas de los intereses de la comunidad a la que representa. Esta política de favorecer una economía de servicios, nos está originando un desequilibrio entre turismo y sus daños colaterales, que va generando una corriente creciente de intolerancia frente al viajero foráneo. Se echa en falta una política pública, que en lugar de incentivar por todos los medios el turismo, se dedique a una dirección ordenada del mismo; de tal modo que permita facilitar una adaptación a la nueva realidad, adelantándose de ese modo a los posibles futuros problemas que se puedan originar. En esta línea de actuación, serían de interés medidas tales como la implantación de tasas de turismo, tema que ya nadie parece acordarse, en concepto de recursos de la comunidad, para reinvertirlos en la misma y de este modo aportar cierto grado de sostenibilidad al fenómeno turístico; o la creación de aparcamientos disuasorios que permitan la descongestión de los centros urbanos. En definitiva, menos incentivar y más patronear.