Para ilustrar las explicaciones de un comentarista sobre las consecuencias universales causadas por covid-19, The New York Times se servía, hace unas fechas, de la imagen de un vaso griego del siglo VI a.C. sobre la fábula de Sísifo, en un artículo del que doy a conocer una revisada y libre recensión. Tanto el grabado antiguo como la reproducción del periódico hacen referencia a un joven efebo, condenado por los dioses a hacer rodar, ladera arriba, un peñasco hasta la cima de un monte para luego volver abajo y repetir la acción durante todo el tiempo que le queda de vida. Ambos dibujos expresan la actitud existencial del absurdo, descrita con extraordinaria claridad por Albert Camus en El mito de Sísifo, que recuerda al hombre su escasa significación en el mundo, con la diferencia de que la viñeta del diario es una enorme peña en forma de dólar, lo cual concuerda con el estereotipo americano que gusta de acompañar con imágenes los razonamientos cuando éstos no son suficientes para explicar cómo millones de personas sobreviven al fatídico final de las prestaciones de ayuda por desempleo, al decisivo abandono de sus viviendas por desahucio o al límite de los que no tienen nada para comer. Y si bien las noticias sobre vacunas abren paso a la esperanza de que el coronavirus pierde dominio, el desarrollo económico tampoco se acelera y el auxilio a los que han perdido su trabajo no llega. Por consiguiente, la terminación de una serie de restricciones, hipotecas y otros perjuicios va más allá de un largo año de dolor, pues a medida que los negocios cierran, se reducen los puestos convenidos; por lo que empleados de todas partes se ven forzados a laborar en granjas o en recogida de cosechas para paliar los efectos de estar sin trabajo estable y sufragar otras pérdidas que impiden realizar una vida normal.