En 1957, yo estaba en párvulos y había en clase un busto de cerámica coloreada con la imagen de un chinito. El busto era, en realidad, una hucha para que los alumnos pidiéramos en casa las monedas necesarias para rellenarlo. Entonces se decía que los chinos era muy pobres, muy pobres, muy pobres... y que nosotros, que no teníamos casi de nada, no podíamos ni imaginar lo que podía ser caer en la categoría de muy pobres, muy pobres, muy pobres… Al cabo de unos meses, el chino fue sustituido por un Sputnik, un cohete de papel que se pegaba a la inefable pizarra y se iba coloreando con la recaudación a medida que esta aumentaba, fomentando por los maestros una competición entre clases y preparándonos, a su vez, para las múltiples competiciones que la vida nos iba a deparar en el futuro… Toda una premonición. Pues han pasado 60 años nada más -y nada menos- y nos encontramos con que los chinos, aquellos que eran muy pobres, muy pobres, muy pobres, han lanzado al espacio su primera estación permanente espacial con capacidad para acoplar varias naves y habitantes, de forma permanente. Yo les pediría que nos devolvieran, calculadas a su valor actual, aquellas monedas que con tanto entusiasmo les remitimos desde nuestra humilde clase parvularia… Aunque vaya usted a saber en qué bolsillos acabaron y, si no era un bolsillo chino, reclamo que me devuelvan la figura de cerámica que era muy bonita, o a mí, inocente, me lo parecía.