A saber. Tenemos a un señor, cuyo único mérito es haber nacido en una determinada familia, el cual mientras ejerza el cargo no puede ser imputado por la justicia, prerrogativa, por cierto, a la que su señor padre, supo sacar buen provecho. Y ahora comprobamos que los ciudadanos corrientes podemos padecer la arbitrariedad y manifiesta antipatía del juez de turno, para luego ser condenados en un juicio declarado nulo por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Eso sí, mientras tanto nos tragamos el cumplimiento íntegro de la pena. Como todo ello parece poco a los vigilantes de la legalidad, pretenden, sin que haya hechos o pruebas nuevas, hacer pasar por el calvario de un nuevo juicio a las mismas personas que ya sufrieron la ineptitud y negligencia del sistema judicial. Pero lo más alucinante es la justificación de semejante barbaridad desde los mismos medios que se rasgan las vestiduras, con la presunción de inocencia de los poderosos de turno. Si esto es un estado de derecho, cómo será la dictadura con la que sueñan estos señores.