¿Podrá la inteligencia artificial amar, odiar, tener envidia o celos? Si respondes que sí, me echo a correr; si dices que no, me paro a pensarlo. Aunque también pienso que si les hubieran preguntado a los de la bomba atómica eso antes de inventarla, hubieran respondido con una evasiva tonta: tal vez. Pero eso en ciencia no tiene un pase decente. Sí o no. Con la duda siempre quedas bien, sobre todo si te apoyas en Sócrates, que su mayor virtud era dudar de casi todo. Como, al final, todo se reduce a impulsos eléctricos, tarde o temprano encontrarán las conexiones neuronales necesarias en el cerebro para que un robot se eche a llorar como una Magdalena ante un pena jonda. Ese será el momento de la verdad. Ya me contaréis los especialistas en esos negocios o los estudiosos de las catástrofes artificiales con ese sello tan humano. Y entonces el Coliseo, la Santa Inquisición, Hitler, Franco, los islamistas extremistas, los negreros (todo legal) y el Corona Virus nos van a parecer a todos una película de Chaplin. Éramos pocos y parió la abuela. O mejor aquello en aquella larga agonía: "ni cenamos ni se muere el padre", comentario jocoso del hijo salao de la familia numerosa.