Quisiera como primera y humilde consideración mostrar mis más sinceros y personales respetos a la familia y amigos de Jon Paredes Txiki. Mi máximo respeto humano y personal a ellos. El máximo. Dicho lo dicho, quisiera hacer constar que año tras año, durante largos años, cada 27 de septiembre nos acordamos de los últimos fusilamientos del franquismo, los últimos fusilamientos de la dictadura. Los vascos nos acordamos de Angel Otaegi y de Jon Paredes Txiki. Año tras año la marca de la llamada Izquierda abertzale, en sus variados y múltiples nombres, últimamente Bildu-Sortu, acapara el acto, protagoniza, se presenta, arroga y acapara el nombre, la historia y la persona de Jon Paredes Txiki. Viéndolo de fuera y máxime si no se conociese la historia de hace 45 años, parecería que, sin entrar en ningún matiz clarificador, el fusilado Txiki hubiera sido militante de ETA militar, encuadrado pues dentro de lo que podríamos entender el mundo en la anterior mencionada izquierda abertzale. Pues no, no, Txiki no pertenecía a ETA militar sino a ETA político-militar, y es conocido para los que algo saben de historia que el devenir de ambas ramas de ETA fue absoluta y totalmente contrarias. ETA político- militar se disolvió en 1983, es decir- con los primeros rayos de luz de la llamada transición política. Su reflexión política le llevó a su disolución. ETA militar, en cambio, continuó cruel y lamentablemente con decenas de años más su actividad terrorista en democracia, causando centenares de víctimas y asesinatos. Engullir a Txiki en su mundo es trampa y mentira, no responde a la historia, es intentar acaparar compulsivamente a todo lo que se mueve y les interesa. Es manipulación. Y duele. Duele ver la parafernalia caduca y añeja del cementerio de Zarautz, en la que uno no entiende, entre otras, cuestiones el porqué, ni la razón, de la bandera republicana española en su sepultura, ni en la que uno no entiende las reflexiones obligatorias de representantes de la dirección de Sortu que sospecho ni saben de lo que hablan. Manipular la historia, las personas y las decisiones libremente adoptadas en su día por las personas a las que presumiblemente se quiere homenajear no son de recibo, se miente, se manipula, se asemejan al quehacer de los carroñeros de la vida, de la verdad de lo que ocurrió, de la ética, de la historia y del futuro. En política, como en otras facetas de la vida, no vale todo, y menos manipular y mentir al pasado y al futuro.