Ni soy epidemiólogo, ni líder político y ni tan siquiera un afamado aprendiz de politólogo. Simplemente soy un humilde ciudadano medio preocupado por la actual situación y, sobre todo, por las futuras perturbaciones que nos puedan golpear. Intentando anticiparme a ellas, ¿no deberíamos replantearnos la eficiencia actual de nuestros servicios públicos? Si como todo apunta no son suficientes para guarecer, como si de un paraguas se tratase, al conjunto de la población, y reconociendo y poniendo en valor nuestro sistema público vasco frente al estatal, ¿no deberíamos elevar la provisión mínima exigible en los diferentes servicios públicos para garantizar un futuro funcionamiento estable tanto económico como social? No solo debiéramos enfocarnos a los beneficios generados por una más que discutida globalización , sino también a sus amenazas (el dichoso COVID-19 es claro ejemplo de ello). Y frente a esas amenazas, la rigidez presupuestaria, la contención a la baja del gasto público y la merma del estado de bienestar no son la solución, sino más bien, permitídmelo, su vector de contagio... y mantengo una nada ambiciosa visión, que no pesimista, de cubrir sí o sí el mínimo de dignidad al conjunto de la ciudadanía más expuesto en su integridad. Aquel Maximin ya planteado por Wald.