En infinidad de discusiones políticas, desde siempre ha formado parte del guion tratar de concluirlas por la vía rápida, acusando al interlocutor de fascista, comunista, masón o quién sabe qué. Todo en función del contexto y el momento histórico. Se trata del comodín al que se recurre cuando la gente no está muy cargada de argumentos; etiquetas de brocha gorda con las que se pretende quebrar a la persona con la que se debate. La imputación de apoyar al imperialismo es otra bala dialéctica a la que se recurre habitualmente, nunca pasa de moda. Lo estamos comprobando durante estos meses a raíz de las elecciones venezolanas y la posterior investidura de Nicolás Maduro. En estos pagos, muchos de los aguerridos defensores de este extraño personaje piensan haber dado con la fórmula mágica ante cualquier desconfianza expresada en torno al citado proceso electoral. El reiterado reproche, sobre todo en las redes sociales y de la mano de valientes gestores de cuentas anónimas, hace furor: todo aquel que manifiesta dudas apoya al imperialismo.
Para desgracia de los acusicas, sucede sin embargo que, a diferencia de experiencias previas, el crédito del llamado gobierno bolivariano se está agotando –o se ha agotado ya– para gran parte de la izquierda latinoamericana, que algo sabe sobre lo que allá sucede. No se trata ya de que la que critica a Maduro y los suyos provenga de la derecha de siempre. Con diferentes matices y énfasis, son ya líderes como Pepe Mujica, Gustavo Petro, Gabriel Boric o Luiz Inácio Lula da Silva quienes lo califican de autoritario, le piden la libertad de los presos opositores, expresan dudas sobre las elecciones, exigen la publicación de las actas electorales o incluso en algunos casos se niegan a reconocer al sedicente presidente reelecto. Ante esta realidad, para ser creíble, parte de la izquierda vasca debería afinar un poco más en su defensa de Maduro. Explicarnos un poco mejor por qué lo siguen apoyando.